Pregón de 2009

José Ángel Hevia Velasco

Introducción y presentación a cargo de Juan Jurado

Señoras y señores, muy buenas noches, y bienvenidos a este acto, prólogo y pórtico de nuestra Semana Santa 2009.

Cuando en el año 2004 presentaba por primera vez al pregonero de nuestra Semana Santa, decía que, entre otras características, debía ser una persona de reconocido prestigio social. Durante estos años han llevado a cabo este cometido representantes de la judicatura, de la milicia, la medicina y la propia Iglesia Católica. Todos ellos, sin ninguna duda, de reconocido prestigio social. Siguiendo esta máxima, hoy tenemos con nosotros a un villaviciosino o maliayo, como gusta decir ahora, reconocido mundialmente en el campo de la música folk a través del instrumento más emblemático de nuestra tierra Asturias: José Ángel Hevia Velasco.

Formando pareja de gaita y tambor con su hermana Mª José, ya desde niños recorren toda la geografía asturiana, casi toda España, parte de Europa y también Hispanoamérica.

En 1986 funda y dirige la Escuela y Banda de Gaites de Villaviciosa y acto seguido dirige también la de Mieres y la de Candás.

La agrupación de estas tres bandas, bajo su dirección, ofrecía el mayor espectáculo de gaita que entonces se podía presenciar en Asturias.

Bien como solista, formando pareja con su hermana, como componente de grupos de folk o como director de la Banda de Gaites, se haría interminable esta presentación enumerando los premios, galardones y su importante discografía.

Mediada la última década del pasado siglo su presencia se hacía necesaria en los más importantes actos y eventos del Principado.

Paralelamente, su participación y colaboración desinteresada en los acontecimientos folclóricos, artísticos y culturales de nuestra Villa era habitual. Doy fe de ello.

Pero es 1998 cuando da el salto definitivo a la élite musical con su primer gran disco: «Tierra de nadie». Luego vendrían «Al otro lado» (2000), «Étnico ma non troppo» (2003) y «Obsesión» (2007), con más de 2 millones y medio de copias vendidas, a la vez que sus actuaciones vienen recorriendo toda Europa y llegando hasta Jordania, Turquía, Israel, Méjico, Argentina, Japón o Australia.

Estuvo nominado a los Grammy Latinos en 2001. Premios que fueron suspendidos a causa del atentado terrorista del 11S.

En tres ocasiones participó en el Festival de Navidad en el Vaticano ante su Santidad el Papa Juan Pablo II.

Y para sintetizar, solo destacar su participación en el Festival de San Remo, el premio Ondas 2001 al músico revelación, multiplatino europeo en Bruselas y en Alemania y la medalla de plata del Principado de Asturias en 2005.

Este currículo artístico de nuestro paisano, por sí solo, sería aval y atractivo más que suficiente para que los gestores de la Cofradía le solicitasen abrir de forma oficial, como pregonero, nuestra Semana Santa.

Pero lo más importante, lo que lo caracteriza e individualiza con respecto a otros pregoneros es el haberse criado en las propias entraña de nuestra tradición más señera.

El hecho de que su padre, Ángel Hevia, haya sido durante 30 años mayordomo de la Cofradía, aparte de crear escuela e imprimir carácter, hace de José Ángel hijo adoptivo y predilecto de la misma.

Efectivamente: a los seis meses ya viste su primera túnica morada y su cordón de borlas amarillo, para no olvidarlos nunca más.

Desde las borlas y los estandartillos, pasando por los faroles, la primera caída y Jesús Niño, conocido hoy popularmente como el «Ñeñu de la bola» hasta llegar a la Verónica, a cuyas andas se viene cogiendo desde hace 25 años. Solamente en una ocasión, en el año 2005, encontrándose en América por imperativo laboral faltó a su cita anual. Pero no por eso renunció a su misión, encomendándosela encarecidamente a su otro yo, su hermana Mª José. Primera y única mujer, hasta el momento, que llevó a hombros uno de nuestros pasos.

Todo lo expuesto hace de nuestro amigo José Ángel, un pregonero de lujo. A la vez que se me antoja un verdadero despropósito que uno de los más grandes artistas que ha dado Asturias, reconocido en todo el mundo y solicitado frecuentemente en todos los rincones de nuestra región no lo sea para actuar y participar en los acontecimientos artísticos y culturales de su Villa natal. Pero mientras no desterremos de nuestro entorno la envidia y la mentira seguiremos instalados en la mediocridad por los siglos de los siglos.

Habría que meditar sobre ello y la Semana Santa puede ser un buen momento para hacerlo. Y la de este año podría marcar un antes y un después con José Ángel entre nosotros y con el reciente relevo en la gestión de la política cultural de Villaviciosa.

José Ángel Hevia Velasco tiene la palabra.

Pregón de Semana Santa de 2009

Sr. Alcalde del Ilmu. Aytu. de Villaviciosa, Reverendo Párroco, Sr. Presidente de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, cofrades y amigos:

Préstame, cómo no, ser pregoneru de la Semana Santa de la Villa. Yo que soy emigrante como tantos otros de la mi edad que tuvieron que marchar, reservo una semana al añu en la que me siento maliayés y vengo a la Villa a seguir con lo que me inculcaron mi padre y mi madre desde bien pequeñu. La Fe Cristiana y la vivencia de la Pasión en la nuestra Semana Mayor. Seguramente esa semana correspóndese con el tiempu de penitencia, y no con el tiempu gozosu de otres fiestes, por la mi condición de mal Cristianu. Seguramente también, porque en el mi casu, no puedo separar la vivencia de esa Fe de otru conceptu con el que también me imbuyeron los de mi casa: Tradición.

Antes de empezar pediré disculpes a los académicos y academicistas de la Lengua y a los académicos y academicistas de la Llingua, pues no encontré mejor vehículo pa expresar esti pregón que lo que hablé en esta Villa desde pequeñu; esa mezcla de Asturianu y Castellanu que bien pudiera también ser considerada patrimoniu cultural y que cada vez escasea más en una Villaviciosa en la que los guajes de tres años enseñen hoy cómo se habla «fino» a los güelos de sesenta.

Decíame va años un amigu periodista que la Villa tenía fama de conservadora. Persona de gran carácter conciliador, no esperó a una puesta en guardia del interlocutor, enseguida añadió: Y eso tien una parte muy buena: «Tenéis ún de los meyor conservaos cascos antiguos d’ Asturies y mantenéis una Semana Santa y unes tradiciones exemplares».

Estuvo bien que lo expresara así, que los que somos de aquí no concedemos a los foriatos el derechu a hablar mal de la Villa. Pa eso ya estamos nosotros y empleámonos a fondo en la cuestión.

Lo que sí ye verdá ye que los fundadores de la Cofradía de Nuestru Padre Jesús Nazareno, va más de tres siglos, no pudieron sospechar hasta qué puntu esta tradición iba enraizase en lo más profundu del ser maliayés.

Allí, en lo más profundu del ser, tomen asientu aquellos recuerdos de la infancia sin los que hoy uno no sería lo que ye.

El Miércoles Santu de 1972 llegué por primera vez a la Capilla de Ánimes ataviáu con una túnica de les Clarises, de la mano de mi padre y mi madre, Ángel y Chelo.

Pa un ñeñu de cuatro años todo era muy grande. Muchísima gente, muchísimu barullu. Paisanos con sayes llargues como la que me habíen puestu a mí que gritaben «venga, los de la Verónica a revestise, encendéy los faroles de San Juan, los guajes de los estandartillos que vengan p ‘acá».

Yo era uno de aquellos guajes de los estandartillos y garráu al palu eché a andar cuesta abajo con otros diez o doce ñeños que, como yo, debíen pensar que estaben haciendo algo muy importante. Y en verdá que era importante, hoy lo puedo saber; casi más que lo que hacíen los mayores. El eslabón más importante de una tradición ye siempre el últimu, el de los ñeños. Aquella Semana Santa del 72 quedó prendía en mí la llama de la tradición. Tengo que reconocer que el sentimientu religiosu vino más tarde. ¿Cómo podría ser de otra manera tratándose de un ñeñu de cuatro años? Pero cuando vino llegó perfectamente enraizáu, acopláu y engranáu en el mecanismo de la transmisión familiar.

Al añu siguiente volvió a llevame mi padre a garrar un estandartillo el Miércoles Santu y al otru, si acasu, un farol del ñeñu Jesús o de la Verónica. y más tarde, no recuerdo bien si con seis o siete años, ya pasábamos el Viernes Santu pa les bandejes. ¡Les bandejes de plata! Con los clavos de la pasión y la Corona d’ espines.

Les bandejes de plata que portaben los clavos de la Santa Cruz y el lletreru de INRI eren pa nosotros un verdaderu ritu iniciáticu. Ya empezabes a ser mayor, ya ibes a comulgar enseguida y ya teníes que hacer penitencia de verdá, que alguna maldá habríes hechu, llevando algo muy importante y que pesaba muchu.

Alguno un pocu mayor que tú encargábase de metete un mieu que aportaba una buena dosis de responsabilidá a la llabor:

—«Sí ye verdá, si la garres aquí en la Capilla d’ Ánimes, sólo pa probar, parezte que pesa pocu, pero cuando tengas que llevala dos hores en la procesión ya verás. Y si te toca el lletreru de INRI peor, porque ye de escayola y pesa muchu. Cuando subes la cuestona les ases córtente les manos.»

Aquel primer Viernes Santu que llevé una bandeja quedóme muy grabáu en el recuerdu. Seis o siete ñeños esperábamos al pie del Sepulcro mientras el predicador iba desgranando los clavos de les manos y los pies de Nuestru Señor. La solemnidá del momentu era algo que no podríamos medir con el criteriu de un adultu. Era el primer añu que íbamos a llevar algo importante. Uno que estaba al mi láu tuvo suerte, tocóy la corona de espines. Entre nosotros susurrábamos:

«Eso pesa pocu, con tener cuidáu de no pinchate…»

Y José de Arimatea y Nicodemo seguíen apurriéndonos los preseos de la crucifixión. El clavu de los pies pa otra bandeja. El de la mano derecha pa otra. Yo ya veía la cosa nublase y llegó lo que tenía que llegar.

Después de los años el recuerdu, por muy vivu que sea, va difuminándose y fijándose a base de sobreescribir en la memoria lo que vamos reviviendo una vez tras otra. Casi cuarenta años después sé que les coses no pudieron ser exactamente como en la imagen que tengo grabada, pero esa imagen ye la que recuerdo.

Nicodemo estaba magistralmente encarnáu como añu tras añu en Fernando el carpinteru y Ovidio el sacristán era José de Arimatea. Como decía, Nicodemo apurrióme lo que ya estaba visto que me iba a tocar a mí: El lletreru de INRI. Cuando me lu alargaba desde lo alto hasta la bandeja que yo ya tenía en les manos soltóme aquelles palabres que siguen hoy rebotándome en los huesos del cráneu:

«Toma, Peronín, esti pa ti». Y allí quedé yo más tiesu que un palu con una mano en cada asa, pensando que tovía no me pesaba muchu, pero ya me pesaría, ya, que cuando subiera la cuestona ya vería…

Y claro, el lletreru de INRI era muy importante. La bandeja no se podía soltar bajo ningún conceptu. Fáltente dos hores, si te pica algo no puedes rascate. Ya me lo habíen dicho bien, por eso llevaba yo un cuartu de hora sonándome la nariz. No había problema, ya estaba bien desatrancáu. Pero claro, la procesión volvía pa la Iglesia ya de noche y si refrescaba…

Sí, aquel lletreru de INRI que se quita de lo altu de la Cruz ye importantísimu pa los ñeños. Fijaivos tovía hoy cómo lu señalen y preguntenyos a los padres que los tienen en el brazu o a los güelos qué quier decir lo que está escritu allí.

Haz ya bastantes años un primu míu que iba de la mano de una tía abuela nuestra mayor, de Almería ella, y con un humor que haz honor a la fama andaluza, preguntóy a ésta pol lletreru. Mi tía Carmela non taba pa perder el hilo del Sermón; soltóy una gracia al guaje y ésti quedóse tan contentu.

A la semana siguiente la maestra preguntóyos a los ñeños en la escuela que qué quería decir la inscripción INRI que habíen puestu encima de la cabeza de Nuestru Señor Jesús Nazareno.

El mi primu levantó la mano y con aquel acento argentinu suyu gritó «Yo, yo, yo…»

Entonces la maestra dióy la palabra y él respondió tan ufanu lo que ya sabía porque y lo había dicho la tía Carmela:

—«Que murió de inritación.»

El casu ye que con bromes o sin elles el Desenclavu y tamién el Encuentru son probablemente la catequesis más efectiva que un guaje que crezca en la Villa recibirá en toda la su formación cristiana. Los autos sacramentales, desde la su creación queden grabaos en les mentes sencilles de los ñeños y pasen a formar parte de los recuerdos de infancia, de la historia del propiu ser.

La Semana Santa siguió llegando una vez más y otra marcando el añu litúrgicu tantu o más que la Navidad. El Miércoles de Ceniza empezábamos a dibujar les procesiones en les libretes de clase. Mientras Don Luís Cortés nos explicaba en Francés «pas encore», pasa un cura, y Don Armando nos recitaba les batalles de la Primera Coalición contra Napoleón, los márgenes de los apuntes iben llenándose con los Ciriales, los estandartillos, el Niño Jesús, la Verónica, San Juan… y como no cabíen en el margen de una sola página la procesión pasaba a la siguiente, los Judíos, el Nazareno escoltáu por los municipales y con los venerables varones de la Villa en dos files detrás, luciendo corbata y gabardina, el Sepulcro escoltáu por los gastadores, los curas, luego más piadosos varones, la banda de música con los militares y les gaites, la Guardia Civil y, por últimu, la Madre Dolorosa.

Un día o dos antes del Domingo de Ramos cortábamos los lloreos. Ya teníamos agüeyaos los más floríos. Así empezaba la Semana Santa. Íbamos a la bendición a la Oliva y procurábamos que el Isopo los moyara pa que quedasen muy benditos.

El Lunes Santu tenía un especial significáu. Era el día en el que se empezaben a preparar los pasos en la Capilla de Ánimes. Treinta y tantos años fue mi padre Mayordomo de la Cofradía y allí acudía y sigue acudiendo un Lunes Santu tras otru. Esi día, después de comer, en les hores de la siesta, les bambalines de les procesiones empiecen a ferver. Por lo menos desde que yo recuerdo, pero seguramente desde siempre, unos cuantos cofrades van a trabayar en la preparación de los pasos. No necesiten avisase unos a otros, llega el Lunes Santu y allí aparecen. Antón, Fernando, Jesús, Ovidio, Manolito el Toledanu… Antes fueron otros y dentro de años también vendrán otros que relevarán a los de ahora.

Allí, de la mano de mi padre, aprendí a ir los Lunes Santos desde pequeñu. A ayudar, decíamos unos pocos guajes que por allí aparecíamos. Seguramente a estorbar, más que a otra cosa. Pero alguno de aquellos ñeños sigue hoy yendo y trabaya de verdá.

Tendría siete u ocho años cuando me enteré por qué se llamaba aquel sitiu «Capilla de Ánimes». Los más pequeños siempre estábamos esperando que los mayores nos mandasen hacer alguna llabor de cierta importancia. Uno que era un pocu mayor que nosotros y que estaba allí ayudando como monaguillo, metió la mano en una caja de cinc de aquelles que había en los nichos de les paredes y sacó una cosa redonda de color pardu.

Apurrióyla a Luís Antonio el de la librería, que era de la mi edá, y taba allí también ayudando y díjoy: «Toma, Calixto, llévay esto a tu padre». Luís Antonio echó a correr con aquello en la mano y cuando llegó a la puerta dióse cuenta de que no sabía lo que llevaba encima. Entonces echóy un güeyu y dio un gritu que retemblaron les teyes de la Iglesia. Volvió corriendo pal que y lo había dau y devolvióy una calavera mientres decía: «No la tiré por respetu a los muertos».

Luís Antonio era otru guaje que vivía intensamente la Semana Santa. Cuando nos tocó llevar el ñeñu Jesús pusimos tou el empeñu, como siguen hoy haciéndolo los guajes que lu porten. Intentábamos imitar el pasu de los mayores pero no conseguíamos más que solmenálu sin coordinación alguna. Un añu que ya éramos un pocu granducos tocábanos reestrenar el pasu de la Soledad de la Cruz, que habíen reincorporáu aprovechando unes andes vieyes de la Verónica. Aquello ya exigía toa la seriedad y había que hacelo bien. Decidimos entonces ensayar los días previos y no encontramos mejor sitiu que el cementeriu. Había una escalerona muy grande que usaben los enterradores y allá nos agarramos como si fueran les andes que habríamos de llevar en la procesión. Íbamos tarareando los sones de los tambores y marcando el pasu calle arriba y calle abajo poI Campusantu. Porrón… pon, porrón pon porrón… En una de estes, ya estaba oscureciendo, y de repente, oyóse un gritu y la escalera quedó tirada en suelu y echamos a correr con un miéu que no nos dejó parar hasta los Patios. ¡Un muertu con la cabeza fuera!

Al parecer aquella visión ya la habíen teníu otres expediciones nocturnes infantiles. Hubo que reunir muchu valor pa volver de día y dase cuenta de que no era más que la lápida de un nichu que hay en la parte de abajo del cementeriu y que tien esculpida una cabeza de Cristo en relieve sobresaliendo hacia el pasillu.

Tras el Domingo de Ramos y los preliminares de Lunes y Martes amanecía el Miércoles Santu con una de les misiones más importantes pa los ñeños: La Petición Infantil. Había que levantase tempranu, poner la túnica, el cíngulo y el capiellu, ir a casa de Luís David, que y daba a cada pareja un cestu y una cruz y a pedir por la calle toa la mañana.

—Y ¿qué tenemos que decir?

—Vosotros decisyos ¿Da algo pa la Cofradía de Jesús Nazareno? Venga, a ver cuálos son los que más saquen.

—Y venga a correr col cestu de casa en casa, de tienda en tienda.

—A casa Mero, que los de Toyos tovía no pasaron por allí, ¡atajáy por el Pasaje!

Les Toberines, La carnicería Bastián, la Confitería Ramos. En el Colón daben más los de la barra, porque había paisanos de la aldea que bajaben los miércoles y pasaben dos hores revolviendo el café en les meses de los ventanales pa no gastar. Esos daben muy pocu. Pero si esi miércoles había bajáu el Mariñán de Madiéu dábate una moneda de dos pesetes. ¿Cómo se arreglaría el Mariñán pa tener siempre monedes de dos pesetes?

Procurábamos ir a tal sitiu antes que otres parejes, porque ya sabíes onde iben a date un billete de cien de aquellos de Falla. Había compañeros de pareja más solicitaos que otros, porque sabíes que la tía de uno o la güela de otru daba todos los años quinientes pesetes. Hacia la una y media ya no podíes col alma pero tovía repasabes a les muyerines que se poníen a vender en la Plaza. Y a la hora de terminar cuando ya estaba casi tou andáu, probabes suerte con los paisanos que estaben tomando un vasu en Casa Corripio, pero nada.

—¿Da algo pa Jesús de Nazareno?

—¿Don Jesús de Nazareno? ¿Quién ye esi paisano? ¿Cóme? ¿Qué come?

Entonces sabíes que iben a dar les dos y había que ir a devolver el cestu. Cómo pesaben les perres. Cinco, diez, doce, cincuenta, doscientes, cuatrocientes…

Los últimos años que pedí en Miércoles Santu contábense varios miles en cada cestu. El añu que más «sacamos» fueron catorcemil pesetes sólo en el nuestru. Los ñeños estábamos muy orgullosos de ser los que más «sacábamos». Aquella petición era una misión importante, éramos partícipes del sostenimientu de la Cofradía, como los mayores. En verdá éramos un eslabón más de la cadena. Ayudábamos.

Siempre me sorprendió que en la Villa, en esta Villa tan nuestra que, como aquí decimos «ya sabemos cómo ye»; en esta Villa que Berlanga y Felini no conocieron pero que yos habría dao más de un buen guión, existieren algunes persones dispuestes a empujar a la colectividad, a encabezar el mantenimientu de una tradición o a poner el talentu o el trabayu al serviciu de la comunidad.

Conocí unos cuantos en la Villa, de Manolito el Toledanu a mi Padre, de Luís David a Juan Jurado. Curiosamente la mayoría fueron o son cofrades de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

Manolito el Toledanu deleitábanos aquelles tardes de Lunes y Martes Santos mientres ayudábamos en la Capilla de Ánimes. Qué gran predicador hubiera sido si lu hubieran dejao dar el Sermón del Descendimientu:

—«Ahora quitái el clavu de la otra mano. Y bajái esi paisano de la Cruz. Lleváylu a que lu vea la que llora. Y el del déu p’ arriba. Y metéilu en la Caja…»

Una vez Ovidio el Sacristán dijoy a Manolito que madrugara después de comer, que había muchu que facer en la Iglesia y que teníen que cambiar de sitiu les andes del Nazareno. Ya les habien quitáu de les ruedes y entre los dos teníen que llevales de un sitiu a otru. Cuando estaben a la mitad de la Iglesia Manolito preguntóy a Ovidio:

—¿Qué hora ye ho?

—Serán las tres menos diez— dijo Ovidio.

Entonces Manolito contestó:

—Pera un poquiñín— y apoyando la su parte del pasu en dos bancos de la Iglesia salió por la puerta.

Ovidio al principiu no se preocupó, pensó que Manolito había ido al bañu. Pero empezaron a pasar los minutos. No podía soltar la su parte del pasu sin que ésti se desplomara al suelu y se partiera en mil astielles, así que siguió allí con tou el pesu reposando en los antebrazos como quien lleva un brazáu de leña. Como era la hora de la siesta nadie apareció po la Iglesia que lu pudiera ayudar con aquella penitencia. Les gotes de sudor iben arroyándoy por la frente y ya se y estaben llagando los brazos. Casi tres cuartos de hora después terminó el Vía Crucis de Ovidio. Por la puerta de la Iglesia apareció Manolito.

—Pero Manolito, hombre, ¿de dónde vienes, pusístite malu?

—No home, no, de Casa Milagros, que me habíen invitáu a tomar un café, que pasara por allí a les tres.

Aquelles vivencies que hoy recordamos mezcláronse con les emociones que nos transmite el mismu ritu de les procesiones y los demás actos. A la vez que rememoramos los recuerdos sentimos también muy dentro la pasión de Jesucristo hecha vida en Semana Santa como cuando escuchábamos la lectura del Evangelio dramatizada por aquellos entrañables curas nuestros en los oficios del Jueves Santu:

Empezaba Don Pedro con aquella voz suya tan ronca:

—Le llevaron a casa de Caifás, y le decían.

—¿No eres tú el que se hace llamar Rey de los Judíos?

Decía Don Manuel Arce siempre como rezungando.

—Tu lo has dicho— terminaba Don Manuel Peláez.

Y al final de los oficios el Coro Parroquial con el órgano y el vozarrón de Ovidio «Tú nos dijiste que la muerte…» ¿Qué mayor solemnidad puede querer alguien pa el su entierru? A mí que pongan un gaiteru y esi coro.

Y ya con la mente en situación, con toda la pompa que una Villa como la nuestra puede aportar, salía de la Iglesia cada Viernes Santu el Sepulcro de plata y cristal.

Aquel Sepulcro en que viajaba cubiertu de fina seda el cuerpu de Jesús, literalmente aparraba a los ocho cofrades que lu llevaben. Germán, Mi tíu Juan, apretando los dientes, Larián, que vestía el capiellu con la misma elegancia y dignidá con la que a diariu gastaba la boina… Acuérdome muchu de aquellos paisanos bajo les andes del sepulcro. A mí parecíenme más fuertes que los pegollos de un horru y por lo menos tan firmes como ellos.

Luego aquellos cofrades fueron avieyando y vinieron otros. Monchu, Fonso el Benditu, Mundo Collada…

Alguno de los cofrades que porta un pasu ye herederu de varies generaciones de la misma casa. La primera vez que falté a les procesiones en treinta y cinco años, sabía desde los Ángeles que también yo tenía heredera en el pasu. Fue la mi hermana Maria José la que llevó aquel añu la Verónica en el mi lugar.

Esa herencia van dejándola los mayores a los más pequeños desde que somos ñeños.

Allá por los años de la Transición fue cuando mi padre, Ángel Hevia, tomó les riendes de la Cofradía. Fue por pura necesidad en unos tiempos en que la manifestación religiosa externa se encontraba en momentos de incertidumbre. Hasta en el propiu seno del clero había reticencies a continuar con unes procesiones que podríen ser vistes como una vinculación de la Iglesia a momentos históricos anteriores. Mientras relevantes Semanes Santes de Asturies y de toda España se retraíen, interiorizaben los actos y eliminaben procesiones, la Villa mantuvo inmutable la su Semana Mayor. Sin embargu la figura que encabezara la Cofradía no era fácil de encontrar.

Mencionaba más arriba que hay en la Villa unos pocos dispuestos a «tirar por les coses», como decimos aquí. Son escasos individuos que dan un pasu al frente, emprenden, organicen y mantienen el patrimonio heredáu. Son pocos porque, además de esto, han de estar preparaos pa afrontar la apatía colectiva, la mediocridad, la crítica destructiva y, muches veces, la envidia; pecaos todos ellos tan españoles, tan asturianos y tan de la Villa.

La lección que durante estos casi cuarenta años recibí de mi padre con la responsabilidad de la Cofradía fue de un gran pesu moral. Hores y hores de trabayu, de callada gestión a veces recompensada con el chisme y la calumnia -de los que siempre se supo abstraer- preocupaciones, y también alegríes, hicieron que la Cofradía fuera en nuestra casa casi el quintu miembru de la familia.

Desde aquí expreso el agradecimientu a Carlos González y el restu de directivos que lu apoyaron en esos años.

Y a la junta directiva de hoy.

Ya va unos años que se hacía necesariu el relevu generacional. La actual junta directiva aportó savia nueva, idees y logros ya históricos pa la Cofradía. Pero, además, tengo que decilo, esi relevu hÍzose desde el mayor de los respetos hacia la generación anterior. Cabría decir que esi respetu destila aprendizaje y agradecimientu. O sea, una vez más, acorde con el más sagráu mecanismo de la tradición.

Incluso podría decir que la lección de mi padre fue, en lo que respecta a la Cofradía, mejor aprendida por la directiva actual que por mí mismu. Haz un par de años sentíme verdaderamente emocionáu cuando Nicolás suspendió la procesión del Viernes Santu por temor a la lluvia.

Llevando la Verónica juntámonos gente que vien de Canarias, de Madrid, de la Villa y, en ocasiones, hasta de Estados Unidos. Solemos venir añu tras añu y, muches veces, encontrámonos con que una o varies procesiones son suspendíes por el mal tiempu. Tardé años en llegar a comprender la prudencia de mi padre como mayordomo. Siempre y decía:

—¿Qué, salimos?

—No. Si llueve estropéase el mantu del Nazareno y el de la Dolorosa.

—Pero no pasa nada, tapamos los pasos con plásticos, metémoslos en un portal o echamos a correr.

—¿A ti parezte que eso ye demostrar respetu a unos pasos y unes imágenes que tenemos en tantu apreciu?

—Pero si pasa algo les Clarises pueden restaurar los mantos.

—¿Y les perres pa restauralos?, Además, ye igual, aunque la Cofradía tuviera muches perres no tenemos derechu a estropear les imágenes ni les vestidures ni los pasos.

Solía yo ser de esos que, desilusionaos, andaben tras el mayordomo minutos antes de la hora de salida de la procesión:

—¿Qué, Ángel, salimos, eh? Esto no ye más que un pocu de orbayu. En cuantu den les ocho ye la pleamar y ya aguanta sin llover.

Y todos asomando la cabeza desde el pórticu y mirando pal cielo. El mayordomo suele aguantar esto bajo el airón de Semana Santa y el ñuberu que asoma por Bedriñana. Una de les interpelaciones más absurdes que y hacíamos solía ser.

—¡Venga, ho, que con tanta gente que vino…!

Pero tantu mi Padre, como ahora Nicolás tuvieron siempre muy claro por qué en la Villa hacemos les procesiones. En primer lugar son un actu de oración y en segundu, no se trata de atractivos turísticos, aunque quien quiera visitanos esos días y lo haga desde el respetu sea bien recibíu.

Aquella prudencia de mi Padre, que ahora veo también en Nicolás frustrábame cuando era más mozu. Hoy emocióname tantu como si la procesión saliera.

Porque además aquella prudencia fue en el pasáu y también ahora, con la joven directiva, recompensada por la providencia con la confirmación de lo acertao de la decisión. Raru ye el Miércoles, Jueves o Viernes Santu que se suspenda la procesión y que no llueva media hora o tres cuartos después.

Esti añu, como otros participaremos en la Semana Santa. Harémoslo con sentimientu religiosu y con respetu a la tradición. Y el Viernes Santu, después de la procesión o de que ésta se suspenda, les families de cofrades bajaremos la cuestona la Iglesia y comentaremos lo que comentamos todos los años.

—Qué guapo estuvo tou, ¿Eh?

—Sí, fía, y cuanta gente.

—Yo nunca había visto la Villa así.

—Vaya pena el tiempu.

—Sí, boba, ye lo normal en esta época. Bueno vamos pa casa que hoy ponen una de romanos.

Yo creo que ye bueno que la Religión vaya unida a la tradición. No somos más santos por creer en la pasión de Jesucristo, no somos más hijos de Dios que otru que sea musulmán o budista. No tienen sentíu les guerres santes. Si el Evangelio nos diz que la Palabra ye tantu pa los judíos como pa los gentiles ye porque en verdá no hay un pueblu elegíu. Existen otros pueblos y otres creencies. Hoy convivimos con elles a la puerta de casa y respetámosles porque no son más que una forma diferente de llegar a Dios, de sentir el hechu religiosu.

Pero precisamente por eso, porque sé que la mía ye una forma más de sentir el hechu religiosu, nunca tuve la necesidá de cambiala por otra. Sí, vístome de nazareno con una túnica morada y con un capiellu en la cabeza, desfilo por la calle con un pasu al hombro… Y reclamo pa mí el mismu respetu que y debemos al que se postra en dirección a la Meca o al que canta un Mantra. No lo faigo pa los turistas. Soy Católicu, Apostólicu y Romanu de religión y de cultura como católicos, apostólicos y romanos de cultura son muchos otros de la Villa y de esti país que no son creyentes. Y especialmente si son de la Villa, de esta Villa nuestra tan de Contrarreforma que, pa lo bueno y más tovía pa lo malo, ye la más clara heredera del Conciliu de Trento. Fuimos educaos en esta tradición y lo que pa unos ye sólo ritu y manifestación externa, pa otros, entre los que me incluyo, además de ritu y de tradición ye soporte de una comunicación muchu más profunda con Dios.

José Ángel Hevia Velasco