Pregón de 2019

Mª Virginia García del Cueto

Religiosa

Excelentísimas autoridades eclesiásticas y civiles. Mayordomo de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno; cofrades de la misma; Hermanas; familiares; compañeros; amigos todos.

Agradezco de corazón a la Cofradía en la persona de su Mayordomo que me haya encomendado el compartir con vosotros los recuerdos y vivencias que como cofrade de Villaviciosa guardo en mi corazón. A grandes cosas no me siento llamada pero a recordar juntos la Semana Santa de la Villa no me puedo negar por lo que me han dicho: por ser cofrade y por ser villaviciosina que de las dos cosas me siento muy orgullosa.

En el Diccionario de la Lengua, de la Real Academia Española, en la palabra Pregón se lee: “Discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se le incita a participar en ella.” Siguiendo esta definición que me parece muy adecuada para este momento, en primer lugar os anuncio la celebración de la Semana Santa que la Cofradía de Jesús Nazareno de Villaviciosa conmemora.  Como todos sabemos el año pasado ha celebrado su 350 aniversario, con todo esplendor como se lo merecía el evento; y en segundo lugar invitarnos a todos a participar en ella con alegría y entusiasmo, sabiendo que vivimos la actualización en cada uno de nosotros de los sagrados misterios de nuestro Señor Jesucristo que la Iglesia Universal celebra.

Pues hoy en el 351 aniversario vamos a recordar juntos mirando al futuro con amor y esperanza lo que supone  la celebración de nuestra Semana Santa para agradecer a todos los hermanos cofrades que nos han precedido y a los actuales su esfuerzo y cariño por conservar y consolidar la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, a la que tantas Indulgencias le han sido concedidas a través de los siglos para nuestro bien espiritual.

Tenemos que remontarnos allá a la década bien entrada de los años 40. El Párroco era desde 1930 Don Pedro de la Fuente Junco. Algunos de los que estamos aquí seguro que lo recordamos bien. La Semana Santa, como ahora, venía precedida de la Cuaresma. No se nos podía olvidar porque al llegar a la iglesia en la Semana de Pasión nos encontrábamos  con el fresco de la Anunciación de la Virgen María que preside el presbiterio y las imágenes de Jesús y de la Virgen de ambos lados, cubiertas con un cortina negra de parte a parte que no desaparecía hasta el Gloria de la solemne Misa de Pascua, al repicar de la alegre campanilla que se mantuvo muda durante toda la Cuaresma. Las imágenes de los altares laterales se tapaban también con unos paños negros o morados (los recuerdo de los dos colores).

Durante este tiempo se guardaba con todo rigor la vigilia de los viernes, se acababa el chorizo de la merienda. Sabíamos que si alguna cosa nos costaba hacerla, la hacíamos como preparación para la Pascua, por algo estábamos en Cuaresma. En la Parroquia se solía hacer el ejercicio del Vía Crucis algunos días determinados. Al llegar a ciertas estaciones entonábamos cantos que poco a poco íbamos aprendiendo de nuestros mayores y que todavía ahora entonamos en la novena de Jesús Nazareno o cuando hacemos el Vía Crucis como “Amante Jesús mío”, “Perdona a tu pueblo”, “Perdón, oh Dios Mío” y que cada vez que los volvemos a cantar sentimos aquella emoción que nos embargaba de niños y que nos recrea por dentro la misma atmósfera de inocencia y fervor. Era muy frecuente el ver a las personas individualmente recorrer las estaciones alrededor de toda la iglesia, fue una práctica religiosa que  vivíamos desde pequeños y que nos ha quedado en el fondo de nuestro corazón.

El Domingo de Ramos era esperado con mucha ilusión, se estrenaban los vestidos nuevos y era el momento ideal para lucirlos.  El miércoles anterior se compraban las palmas lisas para los niños y las  trenzadas primorosamente para las niñas. Después, el domingo ya llegaría el momento de ver cuál era la más larga o la que llevaba más adornos. Si surgía alguna  desavenencia se saldaba con algún que otro palmazo, que para eso estaban tan a mano. Este día, era tradición el entregar las palmas a los padrinos.

La procesión de los Ramos salía de la Iglesia Parroquial portando todo el mundo las palmas y los ramos bendecidos en la Eucaristía. El paso de “Jesús entrando en Jerusalén”, popularmente  “La borriquilla”,  empezó a desfilar por las calles procesionalmente a partir de 1950, fecha en se adquirió, salía de la Iglesia Parroquial y volvía a la misma, donde quedaba situado en la parte de atrás de la iglesia. Cuando se abre al culto la Iglesia de la Oliva después de su restauración hacia 1974 se bendicen los ramos en la parte exterior de la misma y concluida la Bendición ,  el Paso de “Jesús entrando en Jerusalén” encabeza la procesión hasta la Iglesia Parroquial.

En nuestras casas también se notaba que estábamos ya en la Semana Santa porque se sacaban de los armarios las túnicas de nazareno para los chicos, en aquel entonces las niñas no nos vestíamos de nazarenas, aunque nos hubiera gustado, la verdad. Qué suerte ahora que tanto las niñas como las mujeres en general pueden participar en las procesiones bien llevando estandartillos, borlas, faroles, bandejas con los atributos de la Pasión etc. en caso de las niñas, o bien portando pasos las mujeres.

Las procesiones jalonan toda la Semana Santa y tiene su sentido. Son tantos los misterios de Jesucristo nuestro Señor que tenemos que contemplar, que sería imposible abarcarlos todos a la vez, por eso, cada día nos detenemos en alguno de ellos.

El martes santo, se celebraba la Procesión del Silencio,  nos producía una honda impresión la oscuridad de las calles solo iluminadas por las llamas de las velas . Por cierto, lo de las velas también tenía su ciencia. Las velas de antes no eran como las de ahora. No llevaban protección por tanto no era fácil para los niños mantenerlas en equilibrio y no salpicar de cera a los de alrededor; así que cuando nos las dejaban significaba que ya éramos mayores y por tanto responsables de ellas; nuestra misión era doble: mantenerlas encendidas a pesar del viento juguetón y por otro, el llegar a casa con la ropa a salvo. Otra cosa que nos sobrecogía era el silencio profundo que todo lo envolvía solo roto por los sonidos acompasados de las horquillas de los que portaban los pasos y de las cruces de los gobernadores.

Esta procesión se ha vuelto a recuperar felizmente hace poco tiempo y es una de la que más nos gusta porque la mayor parte de los participantes  somos de la Villa y se palpa la intimidad con que vivimos este momento.

La Procesión del Encuentro la recuerdo como es ahora,  al caer de la tarde. Había mucha gente. El Ancho estaba lleno. A la procesión acudían algunos sacerdotes del Concejo y resultaba muy solemne. Con cuánta atención seguíamos el encuentro de Jesús con su Madre, con San Juan , con la Verónica, según nos iba indicando el predicador desde el balcón, a modo de púlpito.

El Jueves Santo era el día del Amor, el día consagrado a venerar la presencia de Jesús en la Eucaristía, lo vivíamos en lo que llamábamos Los Oficios, que ahora decimos “La Cena del Señor”: el olor a incienso, el “Tantum ergo” a varias voces interpretado por el coro de la Parroquia, en la adoración del Santísimo en el Monumento. Por la tarde, el Lavatorio de los pies  a doce niños nos llenaba de emoción y procurábamos estar en un banco desde el que pudiéramos contemplarlo todo. Al terminar la Eucaristía de la mañana y el Lavatorio y Sermón del Mandato de la tarde nos dedicábamos  a hacer las visitas a los Monumentos: el de la iglesia parroquial, el de las Clarisas y el de las Carmelitas. Recuerdo a las Hermanas días antes limpiando y sacando brillo a los candelabros, preparando los floreros, las columnas, el sagrario y demás elementos para formar el altar. Se notaba por las calles el ir y venir de la gente de un monumento a otro. Se hacían varias visitas a cada uno rezando la estación. En la Parroquia se organizaban los turnos de Vela al Santísimo ininterrumpidamente hasta las diez de la noche que concluía con una Hora Santa.

Participábamos en la procesión reviviendo todos los sentimientos que habíamos experimentado durante todo el día: el agradecimiento a Jesús  que había querido quedarse con nosotros para siempre, el mandamiento del amor que resonaba en nuestro corazón como entrega a todos sin excepción y que nos urgía a descubrir en el otro a un hermano y esa atmósfera del cenáculo de amor, de amistad y también de despedida de Jesús que embargaba de tristeza nuestro corazón.

El Viernes Santo era el culmen de la Semana Santa centrado en la Muerte del Señor. Era un día de luto. Los niños, este día, sacábamos las carracas y las volteábamos con fuerza para matar a los judíos, cuanto más ruido conseguíamos hacer más judíos matábamos. También sabíamos que el Viernes Santo ayunaban hasta los pájaros, así que ese día no había golosinas y a lo mejor hasta prescindíamos de la merienda.

Las campanas de la Iglesia enmudecían. Eran sustituidas por una matraca que dos  monaguillos iban haciendo sonar por las calles de la Villa para anunciar la proximidad de las celebraciones que iban a tener lugar en la Parroquia. La matraca era una caja de madera rectangular con grandes clavos, de la que colgaban cuatro aldabas de hierro, tenía asas  a los lados,  al moverla con fuerza de arriba abajo, las aldabas chocaban con los clavos y producía un gran estruendo. Al oírlo sabíamos que había que salir para la iglesia para coger un buen sitio.

Por la mañana Viacrucis y visitas a los Monumentos hasta la hora del solemne  Oficio de  la Adoración de la Santa Cruz. Y por la tarde, hacia las tres y media el Sermón del Desenclavo o del Descendimiento que de las dos formas se denominaba y la Procesión del Santo Entierro.

En el vídeo que se encuentra en el Museo de la Semana Santa que data de 1926 observé el Desenclavo, según  pasaban las imágenes iba descubriendo algunos detalles que yo recordaba de niña: el púlpito para el sermón, los sacerdotes del Concejo revestidos de alba  con la estola cruzada que participaban en El Desenclavo, la hora temprana de la tarde, los paraguas que algunas personas mantenían abiertos para protegerse del sol… ¡Qué hermoso es ver que los años han transcurrido silenciosos pero lo esencial permanece¡ La hora es diferente, al caer de la tarde, los varones cofrades son los que se encargan del Desenclavo siguiendo las indicaciones del Predicador  y se aprecia la delicadeza y la unción  con que van retirando los clavos de las manos y de los pies de Jesús, así como la corona de espinas de su cabeza, y con qué ternura lo bajan de la cruz y lo  toman en sus brazos, se lo presentan a la Madre para depositarlo a continuación en el Santo Sepulcro. Son momentos emocionantes en los que la devoción embarga los corazones y solo cabe la contemplación y el amor.

La procesión se va formando poco a poco al compás de la música de las bandas que acompañan el cortejo. Lo que más llama la atención es el silencio, el orden y la disciplina que  los participantes observan, cada uno en su lugar. Todos colaboramos activa y positivamente con el silencio y la compostura propia del que sabe que el participar en una procesión es un acto de fe, es un compromiso que hemos adquirido con la persona de Jesús en nuestro bautismo que queremos manifestar  exteriormente y que nos gustaría comunicar  a todas aquellas personas que nos visitan y siguen el transcurso de la procesión  apostados en las aceras de las calles, de las plazas y que regresan a sus hogares con el corazón ardiente conservando  en su interior esa llama viva, íntima, del amor de Dios que se nos entrega a cada uno.

En la mañana del Sábado Santo recuerdo lo que llamábamos la Misa de Gloria y la Bendición del Agua que a continuación llevábamos a nuestros hogares para llenar las pilas de agua bendita que durante el año tomábamos por las noches, antes de acostarnos, haciendo la señal de la Cruz. Unos años después la Misa de Resurrección pasó a ser a medianoche, como ahora.

La Procesión de la Soledad del Sábado Santo, es un acompañar a nuestra Madre en su dolor y en su esperanza. Es recorrer con Ella las estaciones del Viacrucis, los misterios dolorosos del Rosario y dejarnos impregnar de su amor y de su dolor. Es aprender a llevar nuestras cruces pequeñas o grandes pero cruces, con su fe, con su fortaleza y con su ilimitada confianza en su Hijo Jesucristo. El silencio amoroso es la mejor manera que tenemos para acompañarla. La emoción nos estremece al escuchar el “Stabat Mater Dolorosa” del coro y contemplar a nuestra Madre de pie ante la Cruz desnuda y solo acompañada de Juan, su nuevo hijo, el que nos representa a todos.

¡Qué alegría nos proporciona la Vigilia Pascual! ¡La Fiesta de la Fiestas! ¡La resurrección del Señor! Jesucristo la LUZ del mundo, la Resurrección y la Vida, es lo que simbolizamos en el Cirio Pascual.

Aunque en los Evangelios no se narra la aparición de Jesús a su Madre, el Pueblo Cristiano cree que la primera en participar del triunfo de su Hijo tenía que ser María, su Madre. Nosotros también lo celebramos así en la Procesión de la Resurrección. Es el segundo Encuentro, pero éste, glorioso. Nuestro corazón rebosa de alegría al contemplar la gloria de Jesús que transforma el luto del dolor, el velo negro de su Madre, por el velo blanco símbolo de su victoria sobre el pecado y la muerte. Es María, la Creyente, la perfecta Discípula de su Hijo, la Virgen Fiel, la que supo identificarse plenamente con Él para ser nuestra guía en el camino hacia Jesús. Tenemos la gran suerte de que en nuestra Parroquia gozamos de dos devociones que abarcan toda la vida y el Misterio Pascual de Cristo, desde su Nacimiento hasta su Resurrección: la de Jesús Nazareno y la de Nuestra Señora del Portal de Belén, nuestra queridísima “Portalina”, que en su pedestal aparece su Corazón atravesado por una espada, como se lo anunció el anciano Simeón en la Presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén.

Que con la gracia de Jesús y María vivamos profundamente  estos días santos y ante la contemplación del Amor sin límites que Dios nos tiene, experimentemos en nuestro corazón que el Amor con amor se paga.

Muchas gracias.

 

 

Villaviciosa, 2019
Mª Virginia García del Cueto
Religiosa