Pregón de 2018
Don Antonio Bonet Salamanca
Doctor en Historia del Arte
Mayordomo de la cofradía de Ntro. P. Jesús Nazareno y miembros de su Junta Directiva, Rvdo. Párroco de Villaviciosa, Sr. Alcalde, Presidente del Ilmo. Ayuntamiento y demás autoridades, hermanos cofrades y amigos todos, que lleváis con con orgullo la condición de cofrades como inseparables seguidores del Cofrade Mayor e inquebrantables amigos del único y verdadero Nazareno. Constituye un inmerecido honor poder ejercer de vocero y pregonero del Único y Mejor cofrade, hecho que me obliga a sincerarme y agradecer dicha nominación. Por otra parte, no deja de ser sorpresiva y gozosa, la propuesta planteada por mi buen amigo Nicolás Rodríguez, gracias a Dios recuperado de la mermada salud, al proponerme el ejercicio de pregonar la Semana Santa de Villaviciosa en la presente edición de 2018, aniversario celebrativo al conmemorarse los 350 años del acta fundacional. El grato recuerdo de una visita efectuada hace algunos años a esta localidad asturiana, me confirmó de la valía y entidad plástica de su imaginería procesional, expuesta y admirada,con destacamento de algunos de sus más directos protagonistas, entre los que, sin duda, descuellan, el cualificado imaginero de origen valenciano Enrique Galarza Moreno y el vasco Julio Beobide.
A todo ello, se une la comprometida y obligada opción de anunciar a los cuatro vientos la fe generada por nuestro, siempre querido y reclamado Cofrade Único y Mayor, nuestro Padre Jesús Nazareno, encarnado en Jesús con la Cruz a Cuestas camino de la redención convertido en portador de una debilitada y doliente humanidad. Ya en el siglo II, se constata cómo “los cristianos pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía y morada en el cielo”. En la actual Iglesia decía el Papa no hace muchas jornadas, hay más mártires cristianos que en los primeros tiempos.
La actual fenomenología reclamada de religiosidad, piedad o catolicismo popular, según la diversidad de acepciones adoptadas por exégetas y estudiosos de la misma, constituye el principal y abultado movimiento asociativo de Iglesia sin posible comparación estadística respecto a otros colectivos y movimientos de similar naturaleza. Todo ello, nos remite al optimismo generalizado hacia el entorno de las hermandades como herederas del antiguo sistema gremial al cifrar en aproximadamente ocho mil quinientas cofradías de signo penitencial, sin obviar otras tantas integradas- en el ámbiro glorioso y sacramental, además de otras tantas congregaciones y asociaciones vinculadas por sus estatutos al ámbito caritativo, cultual y asistencial que las caracteriza y otorga su eclesial personalidad.
Ser pregonero permite conectar con las positivas emociones de un auditorio expectante al participar de una fiesta dispuesta a “la felicidad como rostro subjetivo de la utopía”, en alusión al profesor y filósofo Aranguren. Si algo caracteriza y justifica la fiesta es la ilusión depositada en las reducidas felicidades que procuran la ruptura rutinaria de lo cotidiano y oxigenan en buena medida el habitual ritmo biográfico. Por ello, es preciso diferenciar entre el catolicismo y la religiosidad popular, entre pueblo y cultura popular, para poder analizar con rigor las distintas manifestaciones del hecho religioso impregnado de teología lúdica sublimada con la participación de los cinco sentidos. Interesa resaltar la multiplicidad colectiva y ritualista como aglutinante de una diversidad plasmada en peregrinaciones, bendiciones, exorcismos, rogativas, procesiones, Víacrucis, novenas, rituales de difuntos, canonizaciones asimiladas a la tradición biográfica y a la trayectoria del pueblo cristiano y cristianado. Mas, resulta de obligada referencia, la generalizada indiferencia y hasta el rechazo hacia la temática planteada e ignorada con cierto desdén por la cultura minoritaria al abordar la diversidad de manifestaciones insertas en la cultura popular.
Entre las dificultades para creer hoy, se plantea la lucha de contrarios entre Dios y el hombre, mas quien opone Dios al hombres es que desconoce la Biblia. El fenómeno de la religiosidad popular nos recuerda la permanente conexión entre Dios y el hombre, junto a la interrelación como recurso inapelable al diálogo, imprescindible para la búsqueda de nuevas vías de acceso al humanismo, pendiente de proyectos trascendentes. “Dios se percibe como el horizonte de lo posible”, mientras el ser y ejercer cofrade simboliza el cercano seguimiento como renovado Cirineo nunca ajeno a cualquier inquietud de lo humano. La confesión de fe en la divinidad de Jesús pertenece a lo más nucelar de nuestra fe, ya que, “sólo se salva lo que se ha asumido”. En el camino hacia el Calvario, hacia la cruz redentora, en cualquier calle de la Amargura, la persona como infatigable ser de plenitud está vocacionada al Absoluto.
La religión cristiana es icónica y, por ello, precisa de agentes clásicos en los que somos y estamos habitualmente educados para reconocer humanamente la fuerza de trascendencia y la unción religiosa que suscita tanto una imagen de bulto redondo como un paso de misterio. El arte como signo de universalidad está y es concebido para adorar, honrar y venerar al Dios de los vivos, al Cristo encarnado en madera policromada con indudable proyección catequética. Por ello, se invita al fiel y al espectador, sea o no creyente, mediante la belleza concebida como obra de arte, a sublimar su creencia y el respeto debidos a la función intermediarioa o mediática que la imagen protagoniza y ejerce como mediadora entre el cielo y la tierra.
El pueblo, y en particular el pueblo cristiano va tejiendo sus tradiciones en beneficio de aquellas conformadoras de un interesante acervo religioso y cultural-patrimonial patentado por las las múltiples procesiones de Semana Santa. La noción de pueblo se compone de tres elementos básicos: una historia, un sujeto colectivo y una cultura, si bien, esta última configura un estilo de vida equivalente a una determinada forma de ser y comportarse. El vocablo pueblo admite sendos significados, bien, como conjunto de personas pertenecientes a un mismo país y viven bajo unas mismas leyes, o como parte de una nación o población, considerada, en ocasiones, en abierta oposición a las clases que poseen mayor bienestar o instrucción. De aquí, que el término pueblo resulte en la actualidad un tanto equívoco, al restar referido a realidades diferentes nunca exentas de aspectos contradictorios en su significación analógica y polisémica. De aquí, la vivencia y la práctica biográfica del ser y el actuar cofrade, ya que, sin agotar ni cercenar su identidad cristiana, la complementa, enriquece y promueve. La religiosidad popular participa igualmente de la teología lúdica encarnada en la esperanza del reino prefigurada por la resurrección de Cristo. En ella se advierte la participación plena de los cinco sentidos al intervenir el aroma floral, la sintonía musical, la devoción cristológica, mariana y hagiográfica, el sentir, ver, oir, oler y tocar, junto a otros elementos configuradores del entorno simbólico que nos permite adentrarnos en una sublimada cotidianeidad reconocida en intensidad de vida, vivida en plenitud, en asimilado aforismo dorsiano al atisbar que “Todo aquello que no es y no constituye tradición es plagio”.
Implícitas resultan las cualidades adscritas a la imagen religiosa, y en general, al hecho procesional, considerado ejemplar valedor de una colectiva catequesis plástica para el público que participa y las contempla, bien, como lugar teológico, en el que la fe se hace cultura, sin obviar las cualidades artísticas inherentes a la imagen. De arraigado barroquismo innovador cabe reseñar la presencia de Cristo y su Madre por las calles de nuestros pueblos y ciudades erigidos en inequívocos protagonistas de la sacralización del espacio rural y urbano. A ellos se une, la intensidad de una simbología resaltada por la uniformidad del hábito que iguala a las clases sociales y ensalza al individuo integrado en un colectivo que reclama redención. Cofrades que peregrinan solos o agrupados en dilatadas hileras ordenadas en fila de a dos discipular, encaminados hacia la luz que no cesa, como denota el tintineo continuado de un cirio que alumbra en confabulada nocturnidad al prolongar el día en la noche, y hacer brillar en alusión joanesa, vuestra luz que no cesa.
Las hermandades y cofradías se erigen en custodias del Mejor Nazareno, encumbrado en sublimada humanidad al ser considerado como uno de los nuestros, en respuesta a los familiares y cariñosos apodos de Cachorro, Abuelo, Buen Fin, Perdón, de las Seis, el Terrible, Silencio, Gran Poder y reclamo de la Buena Muerte. En asumido paralelo figura la venerada Madre portada en suntuoso altar rodante y embellecida con espléndido palio al ejercer de Corredentora en la pasión del Hijo y mermar, en parte, el abusivo predominio de una teología varonil, que incluso podría ser considerada de absorvente, e incluso machista. Un invariable sentir que no renuncia a cierto y nostálgico medievalismo como reflejo de las acertadas tipologías artísticas en su proyección pictórico-escultórica, con primacía de la cristológica adscrita y reincidente en la sangre como líquido sanador (carne entregada y sangre derramada), en consonancia a la leche mariana inseparables e implícitos a la redención del género humano.
Tradición y vanguardia aunadas al estilo de Brancusi: “la simplicidad no es una meta pero uno llega a alcanzarla, a pesar de sí mismo, en símil a como nos acercamos al significado de las cosas”. En estas santas jornadas integradas en la semana Única, Mayor y Santa, en la que se habla y se vive con el corazón, la Cofradía se convierte en el Sacramento de los alejados. La estadística de Jesucristo resulta para los humanos un tanto extraña, e incluso ajena y escasamente racional al rozar lo extravagante, aunque se erija en predilecta por su evocadora ejemplaridad. En ella, prima la búsqueda de la oveja perdida, junto a la bienvenida y acogida del hijo pródigo, o la excepcional consideración del reducido óbolo de una enviudada anciana. Referente nuclear constituye el Triduo Pascual al abundar en los aspectos espirituales, místico-devocionales, antropológicos y artísticos, conforme al calendario litúrgico en el que se conmemora la pasión muerte y resurrección del Hijo de Dios.
La fijación de tan esperada y cambiante etapa cuaresmal culmina con la solemne celebración pascual estipulada desde antaño con carácter variable. El intervalo adoptado y fechado en el calendario quedó refrendado en el primer Concilio de Nicea convocado en 325, en tiempos del emperador Constantino, al privilegiar el calendario lunar sobre el solar para establecer su convocatoria el domingo siguiente al plenilunio posterior y al advenimiento del equinoccio primaveral, en oscilante periodicidad basculante entre el 22 de marzo y el 25 de abril. El judeocristianismo proclama que la auténtica religión se articula mediante un trabajo de purificación de las idolatrías espontáneas como inmejorable reflejo higiénico de las propias ideas. Por su parte, las cruzadas propiciaron el viaje a Tierra Santa, junto al establecimiento y la custodia franciscana como directos artífices de los ascensionales viacrucis para la mejor difusión del culto a la cruz y, a la devoción a las reliquias de la Pasión. En parangón cronológico los dominicos ejercieron, en símil a servitas, trinitarios y mercedarios la difusión del culto mariano explicitado en el rezo del Rosario y la Corona de las siete estaciones. Desde finales del siglo IV, se intensificó el culto, traslado y adquisición de las preciadas reliquias cristológicas con especial reclamo a las referidas al Lignum Crucis o Veracruz, la Sábana Santa, el Santo Rostro y el Cáliz de la Última Cena.
La procesión desde su origen claustral-monacal preside el diálogo coloquial entre el fiel y la trascendencia ostentada por Dios, la Virgen y los santos, protagonistas de una compartida y solícita religiosidad popular, singularizada en el sentir y el comportamiento comunitario. Cada procesión es una apuesta psicológica donde prevalece el orar en movimiento. Los que admiran el cielo y los que miran desde el cielo, todos caminamos juntos para que el grupo adquiera consistencia, para que nuestro pasar se erija en un signo encarnado en la historia de la comunidad humana. Se avanza no sólo para llegar, sino para vivir el camino. En este peregrinar por la memoria de la historia colectiva, hay una profunda realidad y, es que la vida está rozando a la muerte, sin obviar que la muerte está llenándose de vida, en parangón a la liturgia y la vida. En contadas localidades ha perdurado la escenificación y adaptación del Teatro de Arte Sacro, el Auto sacramental y la Pasión viviente, como acontece, entre otras, en las madrileñas de Perales de Tajuña y Chinchón, las catalanas de Olesa, Esparraguera y Cervera, Benetusser y Moncada en Valencia, Riogordo por tierras malagueñas sin obviar la ceremonia de la Muerte del Señor y el Sermón del Desenclavo en la liturgia de esta villa asturiana, acto denominado Abajamiento, Devallament o Descendimiento según el respectivo origen geográfico. Igualmente prevalece la práctica penitencial con activados flagelantes provenientes del entorno medieval y franciscano, junto a la veneración del Santo Madero y la Santa Cruz, como acontece en la riojana población de san Vicente de la Sonsierra o la dramaturgia y el dolorismo generador de un luctuoso referente escenificado por los “empalaos” de la cacereña comarca de la Vera.
Resaltar en esta villa asturiana de Villaviciosa, su arraigada implicación con la sidra confirmada desde septiembre de 1932, en el broncíneo monumento erigido por suscripción popular, a D. Obdulio Fernández Pando, bienhechor e industrial, creador de la afamada marca “El Gaitero”. Reseñar igualmente, el carácter participativo de vuestras procesiones como denota la antigüedad editorial y literaria de porfolio, iniciado en 1941, con la habitual crónica remitida a los fieles, curiosos, infantes y cofrades, en plena sintonía integradora, provistos de borlas, gaitas, estandartillos, pasos infantiles, sin obviar la habitual presencia militar. Un cúmulo de gratas y sorpresivas presencias imagineras nos remiten al capítulo artístico de singular entidad manifiesta en algunas de sus tallas, grupos y conjuntos procesionales. Si una generalizada crisis causada por la belicosa e incivil contienda de 1936, en procesual rehabilitación, se abordó en las décadas de los años 40 y 50, la integral renovación del patrimonio perdido y destruido. Así, se incorporó en 1940, el Cristo articulado, obra del valenciano Juan Bernet Serra en paralelo a la imagen titular nazarena, y al san Juan, dos años después, del madrileño José Gutiérrez que complementaron con la requerida dignidad a las intituladas de la Verónica y el Santo Sepulcro con avalada urna que cobija a Cristo Yacente desde 1902, librada de la anterior vileza y colectiva demencia.
En 1943, llegaba la Dolorosa en sustituticvón de la gubiada en 1888 por el imaginero de la tierra José Mª López Rodríguez, que pasó a ejercer de Verónica, debida a la gubia del insigne escultor guipuzcoano Julio Beobide Goiburu, en colaboración polícroma con el pintor eibarrés Ignacio Zuloaga en 1945. Sendas asquisiciones fueron las advocadas del “Resucitado” y la popular “Borriquita”, grupos procedentes de la gerundense Escuela de Olot, para culminar en suprema relevancia escultórica con sendos conjuntos “Flagelación”, recogido en 1948, en el puerto gijonés, sufragado por suscripción popular, o el avalado grupo de la “Coronación de Espinas”, con los meritorios sayones sutitutorios de los antañones y populares xudíos, admirado conjunto gubiado por el magistral y longevo artista valenciano Enrique Galarza Moreno, autor igualmente en 1953, del sugerente Niño Jesús pasionario. Así culminó la renovación imaginera que contrasta estilísticamente con el encargo efectuado al imaginero de origen sevillano Manuel Ramos Corona, autor de la “Oración en el Huerto”, a expensas de innovadoras y futuras realizaciones que incrementarán el actual legado patrimonial imaginero y procesional.
Tan sólo un apunte anecdótico-biográfico, ya que pude tratar en varias ocasiones con el citado escultor e imaginero Enrique Galarza, de humilde, religiosa y acusada personalidad, expuesta a sus bien cumplidos 101 años, al confesarme, que su principal aportación al oficio escultórico e imaginero fue ejercer de privilegiado portador del féretro que contenía los restos mortales del considerado maestro de la escultura valenciana Mariano Benlliure, en su tránsido al cementerio del Cabañal. Por cierto, que tenésis en esta villa una de sus mejores muestras artísticas en el citado encargo broncíneo dedicado a la producción y elaboración de la sidra.
Al hilo de lo expuesto, es preciso aludir a Ludwig Fuerbach al afirmar, que “El misterio de la teología es la antropología, mientras la religión es la apoteosis de la especie humana”, en símil a Bonhöeffer que considera la “sigilosa charlatanería del alma consigo misma”. Ya Nietszche profetizó la muerte de Dios, y otros, el eclipse de lo sagrado, en parangón al eclipse de la razón, ya que, si ésta, excluye cualquier apertura hacia lo trascendente para promover el “Sírvase a sí mismo” de lo sagrado, una especie de supermercado de las religiones. Hasta Kant utilizó la hipótesis de Dios, aunque admitiera formas autónomas de la razón.
Se relaciona el carisma de la profecía con la categoría de los signos de los tiempos, por lo que, el hecho religioso constituye un acontecimiento cargado de acusado simbolismo, conforme a las premisas conciliares del Vaticano II. Resulta un tanto peculiar y paradójica, la implícita comparación entre la considerada religiosidad popular y la culta, aunque, tras el atentado papal de 1981, del hoy santo y considerado “atleta de Dios”, se produjo un cierto acercamiento, transformador e identitario con el siervo sufriente de Yahvé. Giuseppe Di Luca definió la piedad como la “sabiduría del corazón”, en similitud a la clave teológica planteada por Rahner. La religiosidad popular constituye la primera y fundamental forma de “culturización” de la fe, significada por el enraizamiento del corazón con lo popular al perdurar en el ámbito de lo cotidiano.
En otro orden, la iconografía y la imaginería procesional se concentran en el conjuntado y colosal paso mariano bajo celestial palio orlado por disparidad de titularidades advocacionales como Salud, Socoro, Amparo, Fin, Paz, Caridad, Esperanza y Macarena, junto una pléyade de afectos canalizados por el dolor traspasado de lágrimas, puñales o punzantes espadas incorporadas en sugerencia numérica al 5, 7 o 12. No hay ni existe tragedia griega que iguale en clásica y decorosa belleza a este simple “estar” o Stabat Mater mariano junto a la Cruz de su Hijo. Resalta la tipología del paso procesional priorizado de única imagen en bulto redondo, en contraposición al conformado por el resto de figurantes integrados en el paso de Misterio. La diversidad iconográfica reclama la específica tipología conforme a los distintos episodios de la Pasión (Entrada, Cenáculo, Oración en el Huerto o Getsemaní, Prendimiento, Ecce Homo, Mofas, Flagelación, Coronación de Espinas, Presentación al Pueblo y Preparativos de la Crucifixión, Crucifixión, Descendimiento, Conducción al Sepulcro previa la anhelada y gozosa Resurrección). En los respectivos episodios se refleja la búsqueda y el reclamo de un naturalismo conformador del hecho figurativo.
Jesús es exaltado sobre la cruz por primera y última vez para “reclinar la cabeza”, pero su testa la inclina y deriva sobre la Iglesia, así puede transmitir el Espíritu y fundamentar su misión encarnada en el amor cargfado de plenitud. Juan solicita de los creyentes que miren la escena del soldado que lanceó el flanco cristológico, del que, al instante salió sangre y agua, “Mirarán al que traspasaron”. Si la sangre atestigua la realidad del sacrificio del Cordero ofrecido por la salvación del mundo, el agua testifica simbólicamente la fecunda efusión del Espíritu.
El teólogo italo-germano Romano Guardini diferenciaba entre la imaginería de culto caracterizada por su objetividad respecto a la devocional. El asunto y tratamiento imaginero fue abordado en las sesiones conciliares de Nicea, Trento y Vaticano II. En el primero se trataron las prácticas y tradiciones de Oriente y Occidente, el trasunto teológico en Trento y el ámbito pastoral en el Vaticano II. Entre las recientes fuentes documentales resaltar la encíclica Mediator Dei, de Pío XII, de 1947, en consonancia al movimiento litúrgico y relacional entre religiosidad y pueblo. En alusión al pregonero de 2012, Etelvino González proclamaba lo pauntado por el teólogo Dietrich Bonhoffér: “En el reino de Dios solo puede creer quien camina amando simultáneamente a la tierra y a Dios”, por lo que no hay que buscarle fuera del mundo, y quien quiera el reino de Dios, lo quiere en su totalidad como reino de Dios en la tierra, y más si cabe en este privilegiado consejo donde la tierra queda divinizada por su fulgurante y prolífica naturaleza.
La Iglesia depuró de reminiscencias paganas algunos rituales al adoptar un cierto estilo “militarista” o processio, en sinonimia al de “marcha”, o avance en sentido militar. En su origen, a la legión romana se identificó con la simbólica enseña aguileña que sería sustituida a partir del cristianismo por la cruz identitaria del símbolo martirial y triunfante de Cristo, vencedor de la muerte. La procesión, que no el desfile ni el cortejo, participa de la peregrinación individual y colectiva, afín a toda Cofradía, como “milicia espiritual”. La tradición cristiana recoge la fraternidad de sus miembros entre quienes, el susurro oracional y el rezo compartido y cantado constituyen el sustento personal frente a la indiferencia social, contraria a la anhelada dignidad humana al aceptar de buen grado la filiación divina que nos convierte en Hijos de un mismo Dios y Padre.
En cuanto al empleo y el predominio matérico reseñar la profusión de la madera tanto en Alemania como en España en marcado contraste con la proliferación marmórea en Italia. En la elaboración retablística, predominó el acarreo material que resultaba más costoso que la extracción y el traslado del mismo con preferencia por el tiro de bueyes al de mulas, más pacíficos y serenos en los secos caminos del verano castellano. El poder de la imagen plantea problemas identitarios, miméticos y estilísticos ante la incuestionable ecuación mantenida entre la pintura y la escultura, junto a la incuestionable creencia depositada en la búsqueda y contemplación de la belleza partífice de la elevación espiritual. Los diversos tipos de madera nos remiten al empleo del abedúl, aliso, y peral, condicionada en ocasiones, por la reinante humedad con la prevalencia del cedro en Andalucía, frente al generalizado empleo del pino por tierras de Castilla y León.
La antropología teológica cifra en tres, las formas de percepción o visión: a través de los sentidos, la externa y corpórea, la interior y espiritual. La fe requiere de un acusado grado de confianza fundamentada tanto en el Jesús histórico como en el Cristo revelado. Las imágenes también educan nuestra fe, en consonancia al empleado estilo del converso practicado por Teresa de Jesús ante Cristo llagado, en símil a otros tantos representantes de nuestra hagiografía como fueron Ignacio de Loyola, Fray Luis de Granada o Juan de Ávila, reciente doctor del clero. Complemento de acumulada belleza concentrada fue la inauguración, el 27 de mayo de 2006 de la Sala Museo de la Semana Santa actualizado con la permanente exposición de imágenes, enseres y documentos que ratifican en su secular cronología, el ancestral origen de una Semana Santa que se remonta a 1668. Así consta en el Libro fundacional de la mano de la Cofradía del Santo Nombre de Jesús Nazareno para rememorar y solemnizar la Pasión y Muerte de Jesucristo con el respaldo colectivo de esta Villa. Desde aquí, el Evangelio se hace pueblo hasta las entrañas como afirmó Alejandro Casona, al contemplar las moradas túnicas y la presencia de los grotescos sayones y judíos de arraigado carácter y burlesca fisonomía.
Tras, estos breves aforismos deberíamos retornar a la inicial pregunta planteada a partir de algunas fuentes argumentales, ¿Qué es la Semana Santa?. Habrá que aludir a la intensa presencia simbólica y festiva traducida en la activación de los cinco sentidos. La fiesta total es un viaje en continuado peregrinaje, nada que ver con la aparente huida hacia lo desconocido, y sí, en la solícita y perseverante actitud de búsqueda. Se proclama y coexiste una teología colectiva y festiva que anhela la resurrección como algo fronterizo entre lo cósmico-natural y, no sólo histórico, por lo que, la Virgen se incorpora cada vez, más como reina y menos como Dolorosa, convertida en camino que conduce a una referencial y maternal experiencia. El viajero busca en primer lugar, el sentido profundo de la vida como indicio prevalente, ya que lo humano actúa y muda en cada uno de sus movimientos al describir un acertado sendero hacia lo divino.
Como se indica en el hall del Hospital Universitario Ramón y Cajal, “Todo hombre puede moldear su cerebro como si fuera un escultor”, en similitud literaria de quien ejerció de excelente pregonero y amigo, el malagueño de origen Antonio Garrido Moraga, para el que, la Semana Santa es un discurso didáctico por medio de imágenes, de esculturas que humanizan hasta el extremo las escenas de la tragedia, los momentos del sufrimiento de Jesús y los dolores de María, pero hay mucho de racional y casi todo de emocional. Lo visualizado a modo de teatro en la calle mueve y conmueve el ánimo conforme al espíritu trentino, como primario objetivo al tratarse de provocar la adhesión absoluta en un ambiente propicio confabuolado con la luz que brilla al bascular entre la noche y las sombras. Y es que la Semana Santa es una ronda de supremos sinsentidos que no pueden explicarse con la visión de los hijos de la carne.
Tomás empezó a creer en Dios de distinta forma porque desde Jesucristo, Dios es y ejerce como Hombre aunque de otra manera, y por ello fue considerado según Machado como “el mejor de los nacidos”, en honor al providencial Cristo de los Gitanos. Quizás con excesivo apasionamiento, la Iglesia sin la Semana Santa y sus hermandades y cofradías se quedaría recluida en las sacristías.
En esta santa semana, todo está mezclado en reclamado cristianismo: Primero va el Señor, por si llueve, luego va su Madre, la Virgen, cúmulo de bellezas y ternuras terrenales. Nacimiento y muerte cobran su humanada razón proyectiva convertida en vida vivida y potenciada por la Encarnación de Cristo como salvador y redentor del género humano.
Finzalizo no sin antes felicitaros por vuestro aniversario fundacional en estos 350 años de actividad cofrade, al igual que por la asistencia y participación con la mirada depositada en el atractivo lema ignaciano, ad maiorem Dei gloriam. Que se abran las puertas del templo y salga la Cruz de Guía, Silencio, que empieza la procesión, “Música y a la Calle”.
(He dicho, gracias a todos por su atenta escucha).
Madrid, Marzo 2018
Antonio Bonet Salamanca
Doctor en Historia del Arte