Pregón de 2017

Mons. Juan Antonio Martínez Camino

Obispo Auxiliar de Madrid

La Villa hace historia: ¡La historia de la Historia!

Señor cura Párroco; señor Alcalde; señor Mayordomo, miembros de la Junta directiva y Hermanos cofrades de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno; amigos todos:

La Villa hace historia. Esta “Villaviciosa hermosa” que tantos pensamientos nos trae a la memoria… Lleva muchos años – ¡lleva siglos! – haciendo historia santa todos los días, pero muy especialmente por Semana Santa.

Los centenares de cofrades, los pasos, los sermones, la Cruz plantada frente a la iglesia para el desenclavo, la urna de cristal que porta el cuerpo muerto de quien es la Vida, la música evocadora y las palabras reiteradas del relato de la pasión y resurrección del Señor volverán este año de 2017 a traer la historia del Gólgota a esta “nueva Jerusalén” en que la Villa se convierte cada año por estas fechas solemnes – como acertadamente escribiera el querido amigo don Agustín Hevia Ballina (1990).

Me siento muy orgulloso y muy agradecido, queridos amigos, porque habéis tenido la gentileza de invitarme a hacer con vosotros un poco de esa historia que todos los años hacéis vosotros tan bien. ¡Ojalá que mis humildes palabras de esta tarde fueran un pequeño grano de arena en esa playa inmensa y preciosa – como la de Rodiles – que es la historia de la Semana Mayor de la liturgia católica en Villaviciosa, con la que hacéis de verdad historia santa!

La Semana Santa hace historia, porque actualiza la mayor historia que jamás haya tenido lugar: una loca, divina historia de amor. Es la historia de la Cruz y de la Gloria. Es la historia de la razón de ser de la Humanidad. Es la historia de un Dios que hace historia, porque se hace hombre para poder morir de amor por cada uno de los seres humanos.

Sí: Dios se ha hecho hombre. Y no hay otro: ¡El Dios de Belén y del Calvario! El Dios pequeño en el vientre de María y todopoderoso reinando desde la Cruz. ¡Es un escándalo! Porque los hombres nos imaginamos el poder de otra manera. Nunca nos acabamos de acostumbrar a pensar que el poder verdadero no es grandón, sino grande; y que, por eso, es pequeño: es servidor, es humilde, es sacrificado. ¡Qué escandalo! ¡No lo queremos creer! E inventamos mil excusas para justificar nuestra falta de fe y nuestros pecados.

Lo había dicho Nietzsche: “Ese Dios que Pablo se ha inventado es la negación de Dios” ¿Un Dios en el patíbulo? Eso no puede ser más que un invento de mentes interesadas o enfermas. Dei negatio! – decía en latín el filósofo alemán. No hay tal Dios. No puede hacer historia un Dios inexistente. Serán mitos. Serán cuentos. Serán leyendas románticas o interesantes. Pero, ¡leyendas! No son historia ni pueden hacer historia esas leyendas que la Iglesia ha inventado sobre un Dios en la Cruz.

Pues, bien, queridos amigos, dejadme que os diga esta tarde, con algunas breves razones, que no: ¡que la Cruz de Cristo no es ninguna leyenda ni ningún mito! Que sí: ¡Que sois vosotros quienes tenéis razón! Que también este año de 2017 se revivirá aquí, en este templo y en las calles de la Villa una historia que no sólo es historia, sino ¡la historia de la Historia!

Sucedió el año 30. Un viernes, día 14 del mes de Abril (o de Nisán, según la nomenclatura de entonces). Era la víspera de la Pascua de los judíos, que se celebraba siempre el 15 de ese mes y que aquel año caía en sábado, en el shabat. Dejadme que os cuente por qué lo sabemos tan bien.

¡El viernes 14 de abril del año 30!

1. El año 30, es decir, hace 1987 años

De Jesús y de su muerte en la cruz sabemos sobre todo por los evangelios, que son fuentes históricas fiables, como veremos. Pero también sabemos de la Cruz, de Pilato y del Sanedrín por un historiador judío que cuenta lo mismo que los evangelios. Se llamaba Flavio Josefo. Su nombre judío original era José ben Matías, un aristócrata que había comenzado luchando contra los romanos en Palestina. Hecho prisionero por ellos y llevado a Roma, acabó siendo favorecido por los Flavios, noble familia romana de la que tomó el nombre y a la que sirvió escribiendo sobre las cosas de los judíos. La obra más importante de Flavio Josefo se titula Antigüedades judaicas. La escribió en torno al año 93, por los mismos años en que era escrito el evangelio de San Juan. Es una historia de Israel para uso de romanos.

Pues bien, cuando llega a los tiempos más recientes, Flavio Josefo cuenta en sus Antigüedades judaicas lo siguiente:

“En aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio. Porque fue autor de hechos asombrosos, maestro de gente que recibe con gusto la verdad. Y atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego. Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los hombres principales entre nosotros, lo condenó a la cruz, los que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo.”

No hay duda: lo cuentan los evangelios y también, por lo menos, un historiador no cristiano: Jesús fue condenado a morir en la cruz por el gobernador romano de Palestina llamado Poncio Pilato. Consta que Pilato fue prefecto de Judea durante diez años: del año 26 al año 36. Por tanto, la muerte de Jesús tuvo que suceder en ese decenio.

Los evangelios nos dan pistas para precisar más. La crucifixión, dentro de ese decenio, tuvo que acontecer en el quinquenio marcado por los años 27 y 32. ¿Qué pistas son esas?
El evangelio de Lucas (3,14) precisa el año en el que Juan el Bautista comienza su misión y en el que Jesús sale de Nazaret para empezar su vida pública: fue – dice Lucas – “en el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea y Herodes tetrarca de Galilea, etc.” ¿Qué año era ese “decimoquinto del impero de Tiberio? Su predecesor, el emperador Augusto había muerto el año 14. Por tanto, si contamos desde la muerte de Augusto, el año decimoquinto del impero de Tiberio era el año 29. Pero se sabe que Tiberio había compartido el poder con Augusto en las provincias orientales del imperio durante tres años. Si Lucas contaba este tiempo cuando hablaba del “decimoquinto año” de su reinado, entonces el año en el que Jesús comienza su ministerio público habría sido el año 26.

¿Cuánto tiempo duró la vida pública de Jesús? – Ésa es la siguiente pregunta que nos debemos hacer para acercarnos al año de su muerte. No lo sabemos con exactitud: sólo sabemos que no fue ni menos de un año ni más de tres. Nos movemos entonces para el año de la muerte de Jesús entre el 27 y el 32. Habría sido el 27, si Jesús hubiera comenzado su predicación el año 26 – el más temprano posible para el año de Tiberio señalado por Lucas – y si su predicación hubiera durado sólo un año. Habría sido el año 32, si Jesús hubiera comenzado su predicación el año 29 – el año más tardío posible para el año de Tiberio señalado por Lucas – y si su vida pública hubiera durado tres años.

¿Se puede precisar cuál de esos años, entre el 27 y el 32, fue el año en el que Jesús fue crucificado? Pues sí. Se hace recurriendo a cálculos astronómicos para saber en cuál de esos años la Pascua, es decir, el día 15 del mes de Nisán cayó en sábado, dado que los cuatro evangelios coinciden en afirmar que Jesús fue crucificado un viernes y el evangelio de Juan dice que ese viernes era “el día de la Preparación”, es decir, el día anterior a la Pascua judía.

Pues efectivamente, tales condiciones se dan el año 30, en el que la Pascua cayó en sábado y, por tanto, el viernes 14 fue el día de la Preparación o Parasceve.Esta cronología es corroborada por otros datos que aportan el evangelio de Juan y el de Lucas.

El evangelio de Juan (2, 20) indica que el comienzo de la predicación de Jesús tuvo lugar 46 años después de la reedificación del templo, dato que nos sitúa en el año 27/28 de nuestra era, puesto que Herodes había comenzado aquellos trabajos de reconstrucción por los años 20/19 antes de Cristo.

Entre el 26 y el 29, las famosas fechas posibles del decimoquinto año de Tiberio al que hace referencia Lucas, encaja perfectamente el 27/28 al que remite Juan. Sumando a este año los tres que – según parece más probable – duró el ministerio público de Jesús, tenemos que, también según este cálculo, el año 30 habría sido el de la crucifixión del Señor.

Por su parte, el evangelio de San Lucas (3, 23) dice que “Jesús, al empezar (su predicación), tenía unos treinta años”. Dato que cuadra bien con lo que sabemos de la edad que el Señor tenía cuando le llegó la hora de la Cruz, si esta aconteció en el año 30: unos treinta y tres años. Tal vez alguno más si tenemos en cuenta ciertas precisiones históricas acerca del año de su nacimiento, asunto del que habría que tratar más bien en un pregón de la Navidad.

En cambio, queridos amigos, sí que nos vendrá muy bien en este pregón de la Semana Santa, hablar todavía un poco más del día mismo de la muerte del Señor y de lo que sucedió la noche anterior: su Última cena.

2. El viernes 14 de Nisán, el día de la Preparación

Los judíos celebraban la Pascua un día fijo: siempre el 15 de Nisán, o de Abril (cf. Lev 23, 5-8).

Nosotros estamos un poco acostumbrados a pensar que aquella cena que el Señor celebró con sus discípulos la noche antes de ser condenado y ejecutado en la Cruz había sido la cena de Pascua judía.

Eso es lo que parecen decir los tres evangelios llamados sinópticos, es decir, los de san Mateo, san Marcos y san Lucas:

“El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Él envió a dos discípulos diciéndoles: Id a la ciudad […] Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad y encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.” (Mc 14, 12-16 y par).

Pero en el evangelio de San Juan leemos cosas que nos pone en otra pista. San Juan cuenta que cuando los judíos llevaron a Jesús ante Pilato, “ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua” (Jn 18, 28). O sea, que cuando Jesús ya había celebrado la última cena con sus discípulos y estaba a punto de ser condenado y llevado a la Cruz, los judíos todavía no habían comido la Pascua, es decir, todavía no habían celebrado la cena ritual que tenía lugar la noche del día 14, la víspera del gran día de la Pascua. Más adelante San Juan dice expresamente que el día en que Pilato condena a Jesús y lo manda ajusticiar “era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía” (Jn 19, 14). Y lo vuelve al repetir cuando cuenta que los judíos, “como era el día de la Preparación”, le pidieron a Pilato que hiciera acelerar la muerte de los crucificados aquel viernes, rompiéndoles las piernas, para que el sábado ya no estuvieran sus cadáveres en la cruz, “porque aquel sábado era un día grande” (Jn 19, 31), es decir, el día de la Pascua.
De modo que, según el evangelio de San Juan, Jesús fue crucificado el día de la Preparación de la Pascua, cuando se sacrificaban los corderos que aquella noche eran preparados para la Cena Pascual. En cambio, los evangelios sinópticos parecen decir que Jesús, antes de ser crucificado, había comido la Cena Pascual con sus discípulos.

¿Será ésta una de esas supuestas contradicciones que, según algunos, pondrían de relieve el carácter poco fiable de los evangelios como buenas fuentes históricas? ¿Será ésta una de las pretendidas grietas de una historia que en realidad no sería historia, sino leyenda inventada por la Iglesia?

No, amigos, no. Por el contrario, estas y otras aparentes inexactitudes o contradicciones, más bien ponen de relieve que nadie trató de inventar una historia aliñada y artificialmente redondeada. Los evangelios coinciden en lo fundamental y difieren en algunos o muchos detalles. Porque así pasa casi siempre cuando contamos historias verdaderas. ¿Qué es en este caso lo fundamental y qué lo menos importante?

Lo fundamental es que el Señor, cuando vio que llegaba “su hora”, “la hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13, 1), organizó la celebración de una Cena Pascual con sus discípulos. Y la celebró. Lo menos importante es el momento en el que aquella Cena tuvo lugar. Por eso, en este punto, parece que pudiera haber una contradicción entre Juan y los sinópticos. Porque los evangelios sinópticos no se preocuparon tanto de precisar el momento en el que tuvo lugar, cuanto el hecho de que Jesús organizó una Cena Pascual. En cambio, el evangelio de Juan ofrece datos cronológicos más precisos sobre el transcurso de los acontecimientos de los últimos tres días de la vida de Jesús.
Entonces, en definitiva, ¿qué cena fue aquella y cuándo se celebró?

La Cena Pascual de Jesús se celebró, según la cronología que san Juan precisa: es decir, en la noche del jueves, día 13 de abril. Los sinópticos – en el texto que acabamos de citar (Mc 14, 12) – parecen contradecir este dato. Pero también dicen un poco antes que los jefes del pueblo no querían que la ejecución de Jesús tuviera lugar el día de Pascua (cf. Mc 14, 2, par). En esta apreciación cronológica coinciden exactamente con san Juan. Jesús no fue crucificado el día de Pascua, sino el día de la Preparación. Por tanto, la Cena que él celebró con sus discípulos no fue el día en que los judíos celebraban la Cena pascual, pues para entonces Él ya había sido crucificado. Jesús adelantó su propia Cena pascual y la celebró un día antes del día la Preparación, es decir, el día 13, que aquel año era un jueves. Jesús la adelantó, en previsión de los acontecimientos que veía aproximarse. Pero la adelantó también y, ante todo, para expresar con ella el hondo sentido teológico de su Cruz salvadora, en la que iba clavar a la muerte y a darle muerte con la fuerza de su Amor creador.

Aquella cena, aun teniendo lugar un día antes de la fecha habitual, tuvo efectivamente un carácter pascual. Eso es lo que los evangelios sinópticos subrayan: que fue una cena pascual. No la cena que los judíos comían con corderos ritualmente sacrificados en el templo, pero sí, la cena pascual de Jesús. En ella el Señor adelanta lo que iba a suceder al día siguiente, cuando se sacrificaban los corderos: el sacrificio del Cordero inocente que quita el pecado del mundo, ¡su propio sacrificio en la Cruz! En la cena pascual del día 13, la víspera de su pasión, el cordero que Jesús comió con sus discípulos dejaba ya paso al verdadero Cordero, cuyo cuerpo iba a ser inmolado enseguida en la cruz y en cuya sangre se iba a sellar una alianza nueva y eterna.

Son los dos únicos gestos que los evangelios nos transmiten de aquella cena: el momento de la bendición del pan ácimo, del que el Señor dice que es su cuerpo entregado; y el de la copa de bendición, de la que todos beben, y de la que el Señor declara que es su sangre derramada, como sello de una alianza nueva y eterna entre Dios y los hombres.

Es lo que acontece el viernes 14 de abril del año 30, hacia el mediodía.

A aquella hora el cuerpo asfixiado y desangrado de Jesús colgaba de la cruz a pocos metros de las murallas de Jerusalén, en el lugar llamado de la Calavera, cerca de la puerta de Efraím, salida de la ciudad hacia el noroeste. Su aspecto era deplorable y lastimoso: “desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano” (Is 52, 14), según la asombrosa profecía de Isaías. Había sido cruelmente azotado por Pilato, por ver si con aquel castigo sus acusadores se daban por satisfechos y podía soltarlo. Los condenados a la cruz solían ser flagelados, para debilitar su resistencia. Algunos morían ya destrozados por las varas o las correas, erizadas de púas metálicas, que sacaban los huesos del tórax a la vista de sus verdugos. Jesús, además, había sido burlescamente coronado con espinos. Y había arrastrado la cruz hasta el lugar de aquellas ejecuciones horribles. El detalle del Cirineo, a quien —según los sinópticos— se le pide ayudar a Jesús, cuando él venía de trabajar en el campo, habla también en favor de la cronología de Juan: el día Pascua, señalado por la abstención de todo trabajo, nadie hubiera venido de trabajar, y menos del campo: Jesús fue crucificado el día de la Preparación, un 14 de Nisán, viernes aquel año, después de haber celebrado su propia Pascua con sus amigos.

Conclusión

Esa es la historia de la Historia, queridos amigos: La de un Dios eterno que muere en el tiempo para abrirnos el paso hacia su Gloria. Esa es la historia que la Villa viene haciendo desde hace siglos (¡al menos desde 1668!) y está a punto de volver a hacer este año de 2017. ¡Desde los tiempos en el que el gran Lope de Vega (Madrid, 1562-1635) escribía sus versos cargados de hondo mensaje teológico!

Quiero ir terminando con un soneto de aquel sacerdote penitente, el «fénix de los ingenios españoles». Con ayuda de sus palabras encendidas, deseo animaros a todos a tomar parte activa en la historia del Calvario, a dejaros involucrar desde el fondo del alma en el drama divino de salvación que se realizará de nuevo por los divinos Misterios en esta iglesia parroquial y cuasi sacramentalmente en las calles de la Villa:

Muere la Vida y vivo yo sin vida
ofendido la vida de mi muerte;
sangre divina de las venas vierte
y mi diamante su dureza olvida.

Está la majestad de Dios tendida
en una dura cruz, y yo de suerte
que soy de sus dolores el más fuerte
y de su cuerpo la mayor herida.

¡Oh duro corazón de mármol frío!
¿Tiene tu Dios abierto el lado izquierdo
y no te vuelves tú un copioso río?

Morir por él sera divino acuerdo;
mas eres tú mi vida, Cristo mío,
y, como no la tengo, no la pierdo.

Sí, queridos amigos, entrar en esa historia de sacrificio de la Vida, a causa de un Amor mayor, no es perder la vida, si no ganarla.

Ojalá que la historia de la Historia, representada en esta Semana Santa, os lleve a dar un paso hacia la Gloria. Es lo que pido con vosotros a Cristo y a su Santísima Madre, para terminar, ahora con los versos de Gerardo Diego (Santander,1896 – Madrid, 1987):

Se ha abierto paso entre las filas
una doliente Mujer.
Tu madre te quiere ver
retratado en sus pupilas.
Lento, tu mirar destilas
y le hablas y la consuelas.
Cómo se rasgan la telas
de ese doble corazón.
Quién medirá la pasión
de esas dos almas gemelas.

¿Cuándo en el mundo se ha visto
tal escena de agonía?
Cristo llora por María,
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?
¿Mi alma ha de quedar ajena?
Nazareno, Nazarena,
dadme siquiera una poca
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.

(Viacrucis, 1924, Cuarta estación)

Villaviciosa, 7 de abril de 2017
Mons. Juan Antonio Martínez Camino
Obispo Auxiliar de Madrid