Pregón de 2023

Miguel González Pereda

Cronista Oficial de Villaviciosa

Muchas gracias, Nuria y Manuel, por tan elogiosa y cariñosa presentación.

Reverendo párroco de Santa María de Villaviciosa, Mayordomo de la Cofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno, Alcalde de Villaviciosa, autoridades civiles y militares, hermanos cofrades, señoras, señores, amigos todos:

En primer lugar quiero agradecer a Nicolás, nuestro Mayordomo, su invitación a pregonar la Semana Santa de este año, expresando el honor que me hace y el orgullo que me produce hacerlo. Con la obediencia debida, consciente de mis limitaciones y como cofrade acato  el mandamiento, que además la Cofradía tiene sus penas y expiaciones para quien no cumpla con las normas dispuestas, creo que el  libro viejo indica la pena del pago de un real para las conductas desviadas, y para un autónomo jubilado un real es un real. 

Mi felicitación a José  Ángel Hevia Noriega, por ese merecido reconocimiento como Cofrade de Honor.

A la Coral Capilla de La Torre, de mi especial consideración, que un día consintieron que mi voz se uniera a las suyas, con cristiana resignación y sin echarme. 

Y a todos y todas los ñeños y ñeñes galardonados en el concurso infantil de dibujo.

Haced esto en memoria mía.

Aquella cena, la última antes de la traición, formaba parte de la fiesta judía de la Pascua, festividad que celebra anualmente el pueblo hebreo conmemorando la fecha en que Moisés lo sacó de Egipto, tras el castigo de las plagas y aquella noche de terror en que los judíos sacrificaron un cordero y señalaron con su sangre las puertas de sus casas para que el ángel exterminador las respetara. 

«Es una fiesta en honor del Señor y todas las generaciones deberán celebrarla», dice el Éxodo. 

Jesús es judío, mantiene la tradición, conmemora, observa y recuerda lo que dice el Libro del pueblo de Dios, y hace coincidir su muerte con el sacrifico de los corderos pascuales. Su sangre y su muerte será, es, también, la señal de nuestra liberación. 

Se ofrece en el pan y el vino que comparte con sus amigos y les pide que lo sigan haciendo en su memoria. Y lo hicieron. Y nos lo contaron. Y lo hacemos. Y seguimos el mandato que nos hizo, conmemorando, observando, recordando, haciendo cada año en su memoria, el Triduo de nuestra Pascua: la pasión, muerte y resurrección de Jesús el Nazareno. 

Cada Semana Santa seguimos la tradición.

Dice el filósofo japonés Kitaró Nishida que el mundo histórico tiene su propia realidad en la tradición, y en la medida en que vive la tradición, ese mundo vive.

Y eso hacemos nosotros, mantenemos  y representamos aquel momento histórico, que vivimos en  los rituales, las procesiones y los Autos Sacramentales de nuestra Semana Santa, en la que permanecen signos imborrables de lo vernáculo, y la identidad cultural de nuestra comunidad, que se viene transmitiendo de una generación a otra a través del tiempo. 

La tradición sirve para organizar la memoria colectiva, tiene un carácter vinculante, implica un ritual y está custodiada por guardianes  que garantizan su preservación. 

La Cofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno es quien custodia la tradición nazarena en la Villa desde 1668.

¿Qué pasaba en la Villa en 1668,  por qué  ven necesario fundar una cofradía nazarena ?.

La fe, la moral y la vida cristiana en la Asturias de mediados del siglo XVII, era tan escasa, decaída e ignorada que los propios obispos la declaraban deplorable. Aunque había varios conventos en el Principado, hacía tiempo que se ocupaban más de administrar sus rentas y posesiones que de la predicación del evangelio. 

«De ello —nos cuenta el dominico Fray Pablo de León—, nacían  vicios, hechicerías y supersticiones. Inundaban todo el país blasfemias, juramentos, execraciones y maldiciones, las riñas y bandos entre los poderosos eran continuos y de estos se seguían infinitas injusticias, robos y muertes. Los poderosos oprimían a los pobres y hasta los curas les quitaban violentamente sus rentas; hacían curas a su gusto y jueces a su placer y así, oprimida la justicia, y desterrada del humano convicto la equidad, no se veían más que sinrazones e injusticias, porque los que debían dar a cada uno lo suyo y salir a la defensa del derecho de todos y cada uno, coadyuvaban por el soborno a las violencias y rapiñas de los magnates y señores. Ni podían los obispos y prelados eclesiásticos poner remedio a tantos males, porque los seglares no les guardaban el decoro que debían, ni les obedecían como estaban obligados». 

Eso dice el fraile dominico cuando viene  a predicar y  evangelizar el país de Asturias, a principios del siglo XVI, cuando funda en Oviedo, con la ayuda del marqués de Villena, el convento de Ntra. Sra. del Rosario en 1518. 

Fray Pablo desde Oviedo se desplaza por toda Asturias predicando la palabra de Dios y poniendo las bases de la renovación religiosa que necesita el Principado.

El Concilio de Trento, inicia las reformas interiores que emprenden las Órdenes Religiosas, y surgen nuevos institutos y el impulso misionero va tomando cuerpo en modos, estrategias, recursos que contribuyen a afianzar la labor de los predicadores. 

La difusión de las doctrinas y su canto público fue uno de los recursos considerados. Otro la representación de los misterios, por medio de la escenificación y manifestaciones procesionales. El establecimiento de cofradías contribuía a actualizar y consolidar la misión.

La cofradía del Santo Nombre de Jesús Nazareno en la villa de Villaviciosa tiene origen en aquel contexto.

Por el exhaustivo y minucioso trabajo que Agustín Hevia Ballina publicó en 1991,  conocemos el Libro Nuevo y los inicios de la Cofradía. En él recoge, toda la información del Libro Nuevo y algunos datos importantes del Libro Antiguo o primero de que se tiene noticia. 

En el encabezamiento del Libro,  dice que los Fundadores Comisionarios de nuestra Cofradía fueron los Muy Reverendos Padres Fray Luis de Llano y Fray Sebastián de Romero y Solana, de la Orden de Predicadores de Ntro. Padre  Sto. Domingo.

Poco sabemos de ellos, de fray Sebastián nada, de fray Luis de Llano, lo que nos ofrece la Historia del Convento de Ntra. Sra. del Rosario de Oviedo, que dice que era natural de Oviedo, que profesó en 1625 en aquel convento, que fue catedrático de Artes en la universidad de Oviedo y predicador afamado en toda Asturias, donde fundó numerosas cofradías, murió en el año de 1684 a los 80 años.

Durante la edad media existen cofradías de todo tipo,  las hay abiertas, cerradas, de carácter nobiliario, de oficios o gremiales, étnicas,  asistenciales y las devocionales que incluyen las advocaciones marianas, las de santos, las sacramentales y las de ánimas. Por norma, todas las parroquias debían tener, como mínimo, una cofradía dedicada a estas devociones. Una de las más extendidas es, sin duda,  la del Rosario, y en Villaviciosa tenemos, probablemente, sino la más, una de las más antiguas de Asturias, la de Ntra. Sra. del Rosario de Camoca, fundada el 1 de abril de 1615. 

Tal como las conocemos hoy, las cofradías penitenciales, son un fenómeno que arranca en el siglo XVI, y que se fortalecen y multiplican exponencialmente a partir del Concilio de Trento, y durante la Contrarreforma como un medio de la Iglesia para homogeneizar las devociones y de culturizar e instruir en materia de fe, primeramente a las gentes de las poblaciones y después a las campesinas.

Asentadas en conventos y parroquias, las cofradías serán piezas fundamentales en el nuevo modelo de educación parroquial. Y la Iglesia, a través de las parroquias, un factor esencial para el mantenimiento de la memoria del grupo, contribuyendo a destacar esa sensación de eternidad del hecho religioso sin la que es imposible construir una tradición. 

Las cofradías se constituyen pues, como agentes fundamentales para llevar adelante un vasto proyecto de reforma moral y de las costumbres que se practican tras el Concilio de Trento.

 Inicialmente, la Cofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno de Villaviciosa desarrolla también funciones comunitarias y económicas, no solamente espirituales, es decir, cumple funciones asistenciales que abarcan desde acompañar a los cofrades en su muerte y entierro hasta dar soporte económico a sus viudas, apoyo a enfermos en hospitales, etc. 

Recuerdo que siendo un rapaz, es cierto que de eso hace ya muchos años, cuando en la Villa fallecía un cofrade, asistía al entierro el estandarte de la Cofradía y el ataúd era portado por cuatro cofrades vestidos con la túnica nazarena, para estos casos de color negro. De ahí que durante muchos años los cofrades portadores del sepulcro, solo ellos, llevaban túnica negra.

La representación del ritual de la Semana Santa corresponde a la Cofradía. 

Con anterioridad a su fundación, se celebraba la Semana Santa en el interior de la iglesia,  las primeras procesiones fuera del templo aparecen en contadas ocasiones en los siglos XIV y XV, y  tal como las conocemos ahora no se realizan hasta finales del siglo XVI.

Fueron los flagelantes los primeros que salieron: «muchos penitentes, en hábito de tales, descalzos y golpeándose las espaldas con flagelos, participaban en la  probable procesión más antigua de la Villa», escribe Agustín Hevia en un artículo para Studium Ovetense .

Pero los flagelantes  no nacen para celebrar la Semana Santa, sino como consecuencia de la conmoción y desasosiego producido en la sociedad del siglo XIV y XV, en una Europa convulsa, donde las guerras, luchas religiosas, levantamientos sociales, la degradación que afectaba a la Iglesia Católica como consecuencia de la corrupción moral y material de sus instituciones, las enfermedades, las pestes devastadoras y el hambre, producían gran turbación y miedo en la comunidad creyente, que consideraba todas estas catástrofes  como un castigo por sus pecados, y veían cerca el fin de los tiempos y próximo el Juicio Universal. Se estableció una visión del mundo que se fundamentaba en el dolor y la introversión, se flagelaban buscando el cambio, la regeneración interior y la paz para su congoja y desasosiego. Durante estos siglos, se extienden por toda Europa las cofradías de disciplinantes en torno a las órdenes religiosas, promovidas por dominicos y franciscanos principalmente,  realizando procesiones, cánticos de penitencia y flagelándose en público. 

Los flagelantes en Villaviciosa, salían del Hospital de Sancti Spiritu, y flagelaban públicamente su cuerpo en las procesiones de Jueves y Viernes Santo hasta hacerse sangre,  a imitación de Cristo, decían.  Pretendían con su sacrificio,  su redención y la de las gentes de la Villa que los miraban espantadas y horrorizadas.

Un documento del Convento de las Clarisas de finales del siglo XVII, cuentan un caso de la devoción suscitada en Villaviciosa por las celebraciones de Semana Santa y la influencia de los flagelantes que  participaban en la procesiones.  El suceso es el de María Costales, una mujer que se ocupaba como ama de llaves en una casa principal de la Villa, y que se caracterizó por las duras penitencias que efectuaba. Una semana santa, María Costales vivió de manera dramática la pasión. Al salir la procesión de la iglesia parroquial comenzó a disciplinarse. En la calle los penitentes se azotaban al compás de trompetas y timbales; ella siguió el ritmo de los penitentes desde su casa, sin permitirse respiro, y no cesó su castigo hasta que entró en el templo el pendón alto, dando fin a la procesión. Sólo en ese momento cesó de azotarse. Quedó su cuerpo tan maltrecho que fueron precisos cuidados especiales; hubo que curarle durante algún tiempo las llagas y los efectos de aquella práctica. María Costales ingresó en 1695 en la naciente comunidad de hermanas de Penitencia de San Francisco, con el nombre de Asunción. Pronto quedó paralítica y estuvo impedida hasta su muerte en el año 1708. 

El 20 de febrero de 1777, Carlos III, atendiendo la postura del Consejo, y de ilustrados como Jovellanos, promulga la «prohibición de disciplinantes, empalados, y otros tales espectáculos en procesiones y de bayles en iglesias, sus atrios y cimenterios». Imposición  que será completada con la Real Orden del 10 de julio de 1780 que prohíbe que «en ninguna Iglesia de estos reynos haya danzas ni gigantones».  

La dramatización del ritual de la Semana Santa alcanza su punto más alto en la representación de los Autos Sacramentales. El arte, la imagen, el movimiento y la palabra como instrumentos del ritual  para estimular la devoción y encauzar la penitencia. Y viene la Cofradía manteniendo, con insignificantes variantes,  esa tradición desde hace más de tres siglos y medio 

Tengo que decir que soy un incondicional de nuestros Autos Sacramentales. Mi primer recuerdo de la Semana Santa, es un recuerdo recurrente siempre que se habla, veo o leo algo de la Semana Santa de la Villa. 

Un recuerdo que está antes que los estandartillos, antes que la túnica y el capiellu, que les ronquielles y que los juegos en el Campu San Francisco: es el de un rapacín agarrado a la falda de su madre sobrecogido por el espectáculo que está viendo; el sol es de justicia y el  silencio total, solo la voz de un predicador que grita con voz compungida a uno de los santos varones  que está subido a la escalera que se apoya en un brazo de  la Cruz,  para que le quite el clavo que sujeta la mano derecha del Cristo allí prendido. 

Y mientras el predicador se desgañita y casi solloza alabando y ponderando aquella mano, aquel hombre vestido de alba blanca y una banda morada que le cruza el pecho, con un martillo golpea fuertemente la madera de la cruz para aflojar el clavo, con su mano termina tirando y arrancándolo de la mano del crucificado,  después, sujetando el brazo con un lienzo blanco lo deja caer suavemente y queda colgando, rígido, con la mano abierta, suplicante y ensangrentada. 

Ese es mi primer recuerdo de la Semana Santa. El Auto Sacramental del Desenclavo. 

Años después conocería a don Luis el cura de Fuentes, aquel que daba los martillazos y arrancaba el clavo de la mano del Crucificado, y sabría de su bondad, y de la de don Manuel el cura de Carda, que junto a don Manuel Arce, eran los fijos que hacían de  santos varones en la representación del Descendimiento. 

Aquellos clavos y martillos, también tuve ocasión de llevarlos, tras pasar por estandartillos, Niño Jesús y algún farol, en una bandeja de plata en la procesión del Viernes Santo, junto con otros cofrades que portaban otras bandejas con los símbolos y atributos que le habían colocado al Nazareno en la crucifixión. 

La representación del Desenclavo tiene una fuerza desgarradora. 

En un principio, el escenario se montaba en un tablado al lado de la iglesia de abajo, la del conceyu,  —en 1693, consta un pago de 12 reales para colocar el  tablado del Viernes Santo—, que se hacía sobre pipes de sidra, estando en Villaviciosa no podría ser de otra manera. Sobre él,  la Cruz y el crucificado, que acompañan la Dolorosa, a su derecha, y San Juanín, así  llamábamos en la Villa al discípulo amado, a su izquierda. Cuando la parroquial se trasladó a la iglesia de arriba, que es esta, se siguió montando el entarimado frente a ella, y los de mi generación vimos muchas veces a Joselín el carpinteru levantando aquella tribuna. 

Las representaciones antiguas tenían de fondo un gran lienzo a modo de decorado que pintaba un paisaje oscuro y tormentoso. El Ayuntamiento sufragaba el gasto de forma habitual y a lo largo de los siglos se registra el apunte de dar determinados reales a los que hacen el teatro del Descendimiento.

Hacemos  un teatro, según un guión no escrito que mantiene la Cofradía, que vela para que se desarrolle fiel a nuestra tradición.

El miércoles santo, es la procesión y auto sacramental del encuentro. 

El escritor Carlos Ciaño Canto hace memoria de las celebraciones que él vivió de niño a mediados del XIX. Creo que ya lo recordé hace años en una de las publicaciones de esta Cofradía, pero es tan sorprendente la constatación de identidad, y cuenta los actos procesionales tal como los vivimos en nuestra infancia un siglo más tarde, que no me resisto de nuevo a recordar parte de alguno de sus escritos.

Refiere Ciaño las predicaciones de un famoso cura, don Laureano, párroco de Fuentes a mediados del siglo XIX y después capellán de las Clarisas, que realizaba año tras año los sermones de la Semana Santa con las mismas palabras, de tal manera que todo el mundo en la Villa se los sabían de memoria: 

«¿Qué espectáculo es este que se presenta a nuestra vista? 

¿Es éste por ventura el hijo del hombre? 

¿Es este el divino pastor que en el lago de Tiberíades reunió el rebaño místico su Padre? 

¿Es la paloma sin hiel que llenó de arrullos los valles de Judea?… Durante un rato seguía don Laureano  haciendo preguntas al aire y a las nubes, hasta que convencido al fin de que era el Señor todo aquello, cambiando de tono dirigíase al público haciendo consideraciones lastimosas sobre su vida, pasión y muerte. Después preguntaba si no habría un alma piadosa y caritativa que diera noticia a la santísima virgen María de aquel triste suceso; añadiendo por lo bajo, pero de manera que fuese oído: «Adelante San Juan». 

Movíase la multitud impresionada como si jamás hubiera presenciado semejante espectáculo y aparecía San Juan. Era de oír a don Laureano, al verlo, sollozar con toda la amargura de su corazón: 

«¡Llega, discípulo amado y predilecto; llega y mira bien con ojos de horror y de asombro, a tu Divino Maestro!».

Después de unos emotivos señalamientos, y de un supuesto diálogo con el Maestro, le invitaba así: 

«No te detengas más. Aparta tus ojos de tanto martirio y sufrimiento y corre a dar cuenta de esta tristísima nueva a María, pero no le digas de pronto toda la verdad que pudieras herir de muerte su amantísimo corazón de madre». 

San Juan, obedeciendo a don Laureano, salía en busca de la Dolorosa que no tardaba en encontrar volviendo juntos prontamente. La presencia en la plaza de la divina Señora causaba desmayos de angustias a la concurrencia. El diálogo fingido entre madre e hijo era de un colorido tal que no había en la plaza quien no vertiera lágrimas de amargura. Después, el orador dirigiéndose a la concurrencia femenina, exclamaba extendiendo los brazos: 

«¿No habrá entre vosotras un alma caritativa y piadosa que se adelante a limpiar el rostro del divino Maestro? 

¿Por ventura su corazón pusilánime y medroso temerá incurrir en delito? 

(Adelante la Verónica, añadía a media voz). 

¡Oh no, ya veo desprenderse del grupo una compasiva mujer con el lienzo de la misericordia. ¡Llega, valerosa Judit, llega a dar unos instantes de aliento a nuestro amado! Enjuga su rostro sudoroso y ensangrentado, recreo de los ángeles y orgullo de la naturaleza». 

La imagen de la Verónica —comenta Ciaño— «chiquitina, enlutada, triste, se acercaba al paso de Jesús Nazareno cuanto podía haciendo demostración de limpiarle el rostro, inclinándose. Después un cofrade desdoblaba con un ahorquilla el lienzo del milagro, que traía enrollado en ambas manos, apareciendo la imagen del Salvador, que mostraba al público por orden de don Laureano, entre acentos de asombro y consideraciones deslumbradoras». 

A pesar de que la mayoría de los presentes lo sabían de memoria resultaba impresionante. Magnífico. Una auténtica representación de un Auto Sacramental.  

Aunque alguno mantenía la retórica y estilo don Laureano, los predicadores de mi generación, y los de ahora, no tenía la oratoria florida laureanista, pero el resto de la representación se ha mantenido casi igual a lo largo de los siglos.  

Tan es así,  que aún hoy en día, a pesar de que se eliminó la casa de Miyar, que estaba unida a la de Valdés por la calle del Sol, y tras la cual se situaban los pasos de San Juanín y la Dolorosa para no ser vistos. Hoy, eliminada la casa, continúan colocándose en el mismo sitio, a la vista de todos, porque allí se pusieron siempre . 

Dije casi igual, porque cambios, algunos hubo en la teatralización del Encuentro. Sabemos por Ramón del Valle Ballina que, en el tejado y detrás de la chimenea de la casa de Caveda, se colocaba un hombre que a una señal del predicador, aparecía dándole un carácter trágico al espectáculo, y leía con voz cavernosa la sentencia de muerte del Nazareno. 

Aquel año el predicador era un fraile franciscano. Y aquí leo el texto de Ramón del Valle que, con pluma brillante, lo cuenta así:

«Los balcones de las casas próximas están llenos de gente, el predicador aparece en el púlpito. En el inmenso gentío que llena la plaza se siente un murmullo sordo precursor de los silencios sepulcrales.

¡Amados hermanos míos en Nuestro Señor Jesucristo!.  

Y continúa el orador exponiendo brillantemente la Pasión en medio de los lamentos de muchas personas y con las acostumbradas ceremonias. Llega uno de los momentos más eminentes: dos imágenes llevadas por nazarenos están a la entrada de la calle del Agua y otras dos a la de la calle del Sol.

—¡Avanza, amado discípulo; contempla el rostro de tu Divino Maestro…!

Y los que llevan a San Juan avanzan lenta y silenciosamente, sintiéndose sólo el choque de las horquillas de hierro contra el suelo.

—¡Retrocede discípulo amado, deja que la Divina madre contemple el rostro de su querido hijo, que muere por redimir la humanidad!

Nada, los que llevan el paso no se mueven. Repite el predicador el ruego, la misma quietud. El orador, con rápido golpe de vista comprueba la causa de que su palabra no sea obedecida: los portadores del paso son mozos de Tazones que, acostumbrados al leguaje marinero, no le han entendido.

—¡Orza, San Juan!, grita entonces, y los marineros viran y avanzan los cofrades que conducen el paso de la Dolorosa.

Y llega el instante crítico. En el tejado y detrás de la chimenea de la casa de Caveda, se colocaba el Cagaratu,  que no recuerdo su nombre, era el que tocaba el figle.

—¡Ahora vais a oir —dice el predicador— esa sentencia infame que condenó a morir en un madero al Redentor de los hombres. (Seña al Cagaratu…y todo calla, nada se mueve).

—Ahora escucharéis esa sentencia inicua, baldón eterno de aquellos infames jueces!. (Seña más apremiante al Cagaratu…y nada).

No pudiendo contenerse más, grita el predicador entre el estupor general.

—¡Anda, home, anda!.

Y de detrás de la chimenea, sale el Cagaratu y dice balbuceante.

—Cayéronme los antiojos.»

Recordaba en otro escrito  Ramón del Valle, el vacío que habían causado oradores como don Laureano, que no han sabido llenar predicadores famosos que le sucedieron, y lo achaca a la falta de culto a las antiguas tradiciones, aquel respeto extraordinario a las costumbres pasadas. Hay fe, dice, pero desapareció para siempre lo legendario que no debiera de haber muerto jamás. Y lamenta que el modernismo haya entrado en nuestra Semana Santa donde lo más hermoso fue siempre el severo respeto a lo tradicional.

Carlos Ciaño, también lamenta desde El Diario de la Marina de la Habana, del que era redactor, la pérdida de los sermones de don Laureano, que él recordaba completos, y cuenta mil anécdotas de la Villa, sus personajes y su Semana Santa. Una de ellas relacionada también con el  sermón del Encuentro. 

Es aquella en que finalizaba el sermón y la procesión se organizaba y encaminaba calle del sol arriba, don Laureano la despedía a voces, desde el balcón de la casa del Marqués, con su acostumbrada prédica:

—¡Adiós, Madre amantísima, que sigues los pasos de tu Divino hijo hasta el Calvario!.

—¡Adiós, discípulo amado, no abandones en su amargura a la Virgen Santísima!

—¡Adiós, mujeres de Jerusalén!

—¡Adiós, pueblo cristiano!

—¡Adiós, adiós, adiós!

La plaza ya se había quedado vacía, no quedaba ni un alma. Por la acera de la calle del Agua, aparece Pedro el Serrador, con paso zigzagueante, trazando en el suelo hermosos y gentiles arabescos,  efecto más que probable de una larga prueba de sidra en un llagar cercano. Poco acostumbrado a las cortesías del marqués, que tenía fama de serio y poco dado al entusiasmo y los saludos efusivos, asombrado creyó que los adioses eran pronunciados por el aristócrata y le pareció correcto contestar al afectuoso saludo, y descubriéndose, dijo:

—¡Adios, señor marqués. Buenas noches!. ¡Qué finu está el tiempu hoy!.

El Viernes se desarrolla el acto central de nuestra Semana Santa, el auto sacramental sitúa la atención de los fieles en el Calvario. Si los diversos pasos constituyen representación inanimada, esta del viernes es representación viva, de especial dramatismo. El Desenclavo. 

Ya dijimos como se presentaba la escena. Un sermón enmarca la representación. El propio predicador la dirige conforme a un guión no escrito que se repite fielmente. 

Y finaliza descendiendo la imagen del Crucificado, solemne y lentamente para mostrársela a la Madre dolorosa, y es depositada en una bellísima urna de plata y cristal, cubierta con un fino velo. Cierra la representación, como dice mi amigo Manolo Vega «Manolito», el «entierru», que nosotros, por parecer más cultos, llamamos  desfile procesional. 

El ejército, escolta la urna y el cuerpo muerto de Cristo como si se tratara de un gran jefe militar. La gente le acompaña en silenciosas filas iluminadas por las verdes velas de la Cofradía. 

 Por delante va San Juan y el grupo de hombres que canta el Miserere en fabordón —algunos años formé parte de aquel que ensayaba Ramón de la Ballina «Api», en el bajo de la casa de don Pedro—. Por delante van también las bandejas y otros pasos acompañados por la banda de música, la de gaitas y tambores que interpretan marchas fúnebres, luces y sombras que alumbran y oscurecen los cirios procesionales, los pasos de los cofrades menores, estandartillos y estandartes; el de San Pedro Quiere Rosquillas, que algunos mayores se empeñaron en traducir como Senatus Populusque Romanus. La cruz desnuda, y tras los ciriales, el estandarte de la Cofradía.  Apoyados en la cruz que los identifica, y moviéndose sin parar, los gobernadores de procesiones, son estos los regidores de la obra, los responsables de que todo salga bien, que todos los actores conozcan sus líneas y estén preparados para sus papeles. Y por detrás de la «caja» —sigo citando a Manolito—, la Dolorosa, tras ella el duelo de la iglesia, el de la Cofradía,  el de autoridades que cierra la comitiva con el pendón rastrón, privilegio del alcalde de la Villa. 

Rastrón porque se llevaba arrastrando en señal de duelo, significa la derrota, la naturaleza postrada y arrastrada por tierra tras la muerte de Cristo. El nuestro va recogido con mucho respeto, por funcionarios municipales.

Ya pasó el pendón rastrón, la procesión finaliza y este pregón también toca a su fin, que siendo de Villaviciosa y cofrade, podría estar  contando, ufano y orgulloso, maravillosas historias y anécdotas sin cuento de nuestra Semana Santa pero, aunque estemos en tiempo de penitencia, ustedes no se merecen tanto sacrificio.

Dice la tradición local que a finales del siglo XVIII  vino a Villaviciosa, unos dicen que un cortesano de Carlos III, otros que un alto dignatario de la Iglesia, que fue recibido por el vecindario con mucho entusiasmo, creyendo que después de su visita lloverían beneficios y prebendas. Reunidos los notables del pueblo para decidir con qué habían de obsequiar al personaje, decidieron que de lo que más orgullosos estaban, lo más notable y sorprendente, lo que más fascinaba a los visitantes eran  la Semana Santa, así que le ofrecieron una Semana Santa en el mes de agosto que dejó memoria. 

No sé si relacionado con ello o no, pero en el siglo XVIII, el papa Pio VI, mediante un breve, concedió a quien asistiera a nuestra Semana Santa indulgencia plenaria.

Señor, en la Villaviciosa, de nuevo salimos a la calle contigo y con nuestra Cofradía para manifestar nuestra fe, continuando el legado de nuestros padres y dejarlo en herencia a  nuestros hijos. 

Y siguiendo tu mandato, Señor, lo  hacemos  en memoria Tuya. 

Por lo siglos de los siglos. Amén.

Villaviciosa, 2023
Miguel González Pereda